Victoria RIco - Castillo y flores
Lo “extrañamente cotidiano” del mundo de terror en la narrativa argentina actual. Apuntes sobre “Las cosas que perdimos en el fuego”, de Mariana Enríquez
Instituto del Desarrollo Humano, UNGS
La escritora argentina Mariana Enríquez nació en Buenos Aires en 1973. Periodista, docente y subeditora del suplemento Radar en el diario Página 12, es autora de novelas, relatos de viajes, perfiles como La hermana menor, un retrato de Silvina Ocampo e increíbles libros de cuentos fantásticos y de terror. Entre ellos están Los peligros de fumar en la cama (2009) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016). A este último nos vamos a referir en el presente trabajo. Esta obra fascinante, que lleva a la escritora a un reconocimiento mundial1 y que reúne doce cuentos, cumple su decimotercera edición impresa en Argentina en septiembre del 2020, a cargo de la editorial Anagrama.
Ya en la contratapa se advierte que el tipo de narrativa en el que nos adentraremos es un realismo “terrorífico” por lo extrañamente cotidiano que podría volverse todo lo que la autora plantea en sus cuentos: “El mundo de Mariana Enríquez no tiene por qué ser el nuestro y, sin embargo, lo es”, “El terror […] se desliza como un jadeo de agua negra sobre baldosas al sol. Como algo imposible que, sin embargo, podría pasar”. En este sentido, los hechos incómodos que ocurren en cada cuento -apariciones, supersticiones, seres invisibles socialmente, tragedias locales- no tienen nada de absurdo o improbable sino, por el contrario, son verosímiles. En relación con esto, se sostiene que Mariana Enríquez propone un acercamiento a distintos contextos sociales, psicológicos y espirituales que nos hacen preguntarnos sobre la sociedad “sobrenatural” que habitamos. Los cuentos que integran este libro muestran escenas de distintos personajes o “tipos” sociales con emociones y experiencias que, en tanto lectores, reconocemos como habituales en el mundo en el que vivimos. Es por ese anclaje a nuestra realidad, que nos vemos interpelados y nos deja con una sensación de inquietud: adolescentes en 2001 y su relación con el consumo de sustancias, una escuela secundaria en la que hay una presencia extraña que obliga a las alumnas a autolesionarse, una fiscal que investiga la desaparición de dos víctimas de gatillo fácil en una villa rodeada por un río misterioso. En la mayoría de los cuentos reconocemos villas, ciudades o zonas rurales en las que pasa algo inquietante.
En cuanto al desarrollo narrativo, se parte de un tema o conflicto específico para desembarcar en otro distinto. Y al mismo tiempo que en un mismo cuento se pueden abrir dos conflictos centrales, dependientes entre sí, ninguno suele resolverse. Por ejemplo, en el cuento “La Hostería” al inicio pareciera acercarnos a las dificultades en la convivencia de dos hermanas que viajan unos días a Sanagasta, La Rioja y que, según vamos descubriendo, una de ellas oculta su orientación sexual. Cuando esta se encuentra con una vieja amiga, Rocío, por quien se siente atraída, tienen un diálogo llamativo acerca del trabajo del padre de esta última:
No te puedo creer que la Elena lo echó a tu papá ¿qué pasó?
Rocío se limpió la Coca-Cola que le había quedado sobre el labio, un bigote marrón.
Las cosas andaban medio mal, le contó, porque Elena tenía problemas de plata y estaba histérica, pero se fue todo a la mierda cuando su papá les contó a unos turistas de Buenos Aires que la Hostería había sido una escuela de policía hacía treinta años, antes de ser hotel.
Pero tu papá siempre cuenta eso en los paseos cuando cuenta la historia del pueblo, dijo Rocío.
Y sí, pero Elena no sabía. A esos turistas el dato les reinteresó, quisieron saber más y le preguntaron a Elena directamente. Ella se enteró ahí de que mi papá contaba lo de la escuela de policía, se pelearon y lo echó.
¿Por qué se enojó tanto?
No quiere que los turistas piensen mal, dice mi papá, porque fue escuela de policía en la dictadura,¿te acordás de que lo estudiamos en el colegio?
¿Qué, mataron gente ahí?
Mi papá dice que no, que Elena se persigue, que ahí fue escuela de policía nomás.
Rocío dijo que era una excusa de Elena lo de la escuela de policía en la dictadura, que no le importaba nada esa historia, si había comprado la Hostería hacía diez años (Enríquez, 2016: 39).
El fragmento anterior nos abre nuevos interrogantes acerca de lo que encontraremos como sobrenatural en la historia, ¿el hotel va a revelar datos sobre desaparecidos en la última dictadura militar? Lamentablemente, para algunos sectores de nuestro país sigue siendo tabú hablar de estos temas abiertamente, e incluso aparecen voces negacionistas. Por el contrario, Enríquez forma parte de uno de los grupos de escritoras contemporáneas más interesadas en reflejar problemas culturales y sociales en Argentina tras la vuelta a la democracia en 1983. Por este motivo, no es de extrañar que sus cuentos se hagan eco de esta faceta realista. Hacia el final del relato, el hecho que se escapa de “lo real” es que cuando se presentan en el hotel para vengarse de Elena, escuchan palos y gritos de hombres subiendo y corriendo por las ventanas, paredes y pasillos del viejo edificio. Las chicas quedan paralizadas de miedo pero cuando son descubiertas, la dueña y la cuidadora del lugar aseguran que no ocurrió nada extraordinario, por lo que todo lo que el lector puede predecir desde el comienzo del relato nunca termina sucediendo, lo que deja al lector en completa vacilación, al mejor estilo cortazariano.
En otras palabras, hay un conflicto central que pueden atravesar los personajes y luego surge otro más, en el cual los personajes pueden hasta cambiar de inmediato su vínculo con alguien (de ser una pareja feliz a estar al borde del divorcio), lo que genera un mayor interrogante y justo allí es donde termina el relato, en el misterio absoluto.
En “El chico sucio”, la protagonista, trabajadora de clase media, se muda por su propia voluntad a un barrio de Constitución en el cual son frecuentes la delincuencia, el narcotráfico y las creencias en el Gauchito Gil o San La Muerte. Ella relata, al principio a modo de anécdota, que en el tren en el que viaja para ir o venir de trabajar hay un chico lleno de mugre y suciedad que pide limosna. Ese niño un día le toca la puerta y ella le da de comer, por compasión le compra un helado y lo devuelve a su casa, en la que vive su madre adicta a las drogas y embarazada, con actitudes muy violentas. Con el paso del tiempo, el barrio se entera de la noticia de que han encontrado a un chico degollado y víctima de múltiples torturas. Tan cruel es la escena que el barrio -y los lectores- se preguntan ¿es un ajuste de cuentas?, ¿una venganza?, ¿fueron narcos?, ¿narcos brujos? La protagonista teme que sea el mismo chico que conoció y ayudó, que desde que la noticia circuló, no lo volvió a ver. Enseguida lamenta haberlo dejado al cuidado de una persona que a simple vista estaba inestable mental y físicamente, hasta que logra interceptarla y le pregunta por él. Ella, ya sin el hijo que estaba esperando, le contesta: “¡Yo se los di! -Y a éste también se los di. Se los prometí a las dos” (Enríquez, 2016: 32). El cuento llega a su fin, pero no es únicamente el hecho macabro el que nos queda resonando sino una frase que parece no sólo reflejar la visión de la protagonista sobre ciertos temas; también refleja la actitud típica de una persona acomodada, que nunca pasó carencias y que, claramente podríamos identificar en nuestro círculo familiar/vecinal/laboral o tomarlo como un cuestionamiento a nuestros propios comportamientos:
El calor me quitaba el hambre y no sabía qué debía hacer con el chico si su madre no aparecía. ¿Llevarlo a la comisaría? ¿A un hospital? ¿Hacer que se quedara en casa hasta que ella volviera? ¿Existía algo así como servicios sociales? Existía, sí, un número para llamar durante el invierno, para avisar si alguna persona que vivía en la calle estaba pasando demasiado frío. Pero yo no sabía de mucho más. Me daba cuenta, mientras el chico sucio se lamía los dedos chorreados, de lo poco que me importaba la gente, de lo naturales que me resultaban esas vidas desdichadas (Enríquez, 2016:19).
Como podemos observar, a través de realidades que nos muestran los cuentos, nos acercamos a costumbres, pensamientos, creencias de personas que habitan nuestro mundo real. De ahí que, ciertos fragmentos del libro pueden ser analizados también desde los estudios culturales, la sociología y la historia.
En verdad, cualquier reseña de este libro resultaría insuficiente si quisiéramos ser justos con las sensaciones y emociones que se desprenden de la lectura, que hacen que lo consideremos como una de las obras de terror actuales mejor logradas.
1 Se publicó en veinte países y fue galardonada en 2017 con el Premi Ciutat de Barcelona en la categoría Literatura en lengua castellana.
Bibliografía citada
ENRÍQUEZ, M. (2016). Las cosas que perdimos en el fuego. Barcelona: Anagrama.
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