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Lucía Sordini - Paisaje lunar

El Estado, el mercado y las políticas públicas (o algo más sobre las “grietas”)

(UNL / CONICET)

Desde hace veinte años estudio los libros de texto pensados para la enseñanza de lengua y de literatura en la escuela secundaria. Desde hace un poco más estudio y escribo sobre aquello en lo que quiero incidir desde la disidencia. Podría decirse que ejerzo una acción política en el sentido Eduardo Rinesi del término: descontenta con un estado de las cosas, aprovecho una grieta para intentar contribuir a cambiar algo de esa situación. Era más o menos así como en un texto célebre Rinesi (2003) definía la acción política. En Política y tragedia, la combinación de Shakespeare y Derrida (un Shakespeare que Rinesi había traducido y releído desde la exhumación derrideana en Espectros de Marx) hace lugar a uno de los más potentes conceptos de “política” jamás formulados. Potencia dada por el lugar vital y transformador que da al conflicto. El empleo de un término que menos de una década después devendrá maldito en Argentina se inscribe en una trama que favorece su diseminación: como pharmakon que puede aludir tanto al veneno como al remedio, “grieta” es una palabra que en el texto de Rinesi alienta la posibilidad de la intervención política toda vez que se entienda a esta como “la actividad o el conjunto de actividades desarrolladas en ese espacio de tensión que se abre entre las grietas de cualquier orden precisamente porque ningún orden agota en sí mismo todos sus sentidos ni satisface las expectativas que los distintos actores tienen sobre él” (2003: 23).

Durante los años noventa, traduje mi descontento con las políticas públicas del menemato en tesis de maestría devenida luego libro. Ni dioses ni bichos. Profesores de literatura, currículum y mercado analizó algunas de las contradicciones estatales alrededor de la reforma educativa de entonces. Aquel candidato que había prometido “revolución productiva” y salariazo profundizó el camino de desarticulación de lo público y de retiro del Estado del financiamiento de la ciencia y de la educación. El libro repasa algunas de aquellas incongruencias mientras repone la base teórica eclipsada por las decisiones estatales.

No imaginé que veinte años después me iba a ver en la necesidad de repetir la interpelación: “ni dioses ni bichos”, simplemente docentes. No fueron los cuatro años de gobierno de una coalición de derecha que otra vez desfinanció la ciencia y la educación los que me llevan a gritar la frase, sino el nuevo destrato que el docente sufre por la misma coalición de derecha, ya no al frente del Estado nacional pero sí con los poderes suficientes para desautorizar y desoír sus directivas de cuidado desde sus espacios en la gestión de municipios y provincias. No obstante, no es ahí donde quiero hacer foco en esta oportunidad sino en la promisoria alteración de una tendencia que también desde hace algunas décadas vengo denunciando: el desaprovechamiento por parte de los gobiernos a cargo del Estado de los resultados producidos tanto desde las universidades como desde el organismo público más importante dedicado a la investigación científica en nuestro país, el CONICET (cf. Gerbaudo 2006, 2011). La alteración de esa lógica en la toma de decisiones estatales estratégicas a partir de diciembre de 2019 fue tan pronunciada que la misma coalición de derecha contribuyó, con la complicidad de los medios de comunicación concentrados, a la descalificación de una incisiva frase pronunciada por el presidente Alberto Fernández en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso en 2020: “Tengo el orgullo de haber convocado al gobierno a numerosos científicos y científicas de Argentina. Somos un gobierno de científicos, no de CEOS”. No me interesa detenerme en las enclenques construcciones argumentativas de esas respuestas a un diagnóstico incontestable sino, por el contrario, en algunos de los resultados de este anhelado giro de las políticas públicas. Me refiero a la respuesta rápida que la capacidad instalada en universidades y centros del CONICET permitió dar a ese verdadero “acontecimiento” en el sentido derrideano del término: la pandemia provocada por la emergencia y expansión mundial del COVID-19.

Es en el marco de esta coyuntura compleja y de esta historia de larga duración donde quiero situar el análisis de una intervención de orden “nano”. Es desde este presente turbulento de apuesta estatal a la ciencia que tiene como antecedentes los períodos 1958-1966 y 2003-2015 que quiero volver sobre un manual publicado en plena pandemia. Un manual cuya singularidad está dada, entre otras características, por la disputa emprendida desde una universidad pública al mercado de su lugar hegemónico como productor de textos escolares (me apresuro en aclararlo: uso el término “hegemonía” con el sentido no totalizador que le ha conferido Raymond Williams [1977]). Los resultados de investigación generados con recursos estatales (y, como también es una tendencia del campo de las ciencias en Argentina, con recursos de los propios agentes –único modo de hacer frente a las fluctuaciones de la inversión en ciencia y en educación según el gobierno que ocupe el Estado-) se ponen el servicio de una intervención que busca incidir en más de un plano. Los tres tomos de Zarpado! Literatura y ESI llevados adelante por Facundo Nieto y su equipo de investigación son, en primer lugar, una propuesta didáctica que, desde una robusta construcción teórica, ayuda en la batalla contra los obstáculos ideológicos enquistados en las escuelas y en el tejido social en general respecto de los temas que la Ley 26.150 de Educación Sexual Integral sancionada en 2006 impulsa a transformar en contenido de enseñanza. 

Cabe recordar el episodio que tuvo lugar en San Luis en 2013 cuando una profesora de lengua y de literatura fue sancionada con una suspensión de noventa días sin goce de sueldo por dar a leer en cuarto año de una escuela laica el libro Hay una chica en mi sopa. En su nota “Torquemada todavía vive en San Luis”, Mariana Carbajal repone el lugar que los padres de los estudiantes tuvieron en las decisiones tomadas por los directivos de esa institución no confesional que, sin embargo, tenía colgado en la sala de profesores un afiche con el rostro del Papa Francisco. Carbajal recoge algunas de las opiniones de los padres que acusaban a la profesora de haber destruido “en poco menos de dos horas” el trabajo de “toda una vida”: “no está bien llevar esa lectura a chicos adolescentes, inculcarles política, sexo”; parece que tampoco “estaba bien” que la docente “no cre[yer]a en nada” (sic), que hubiera pedido “investigar sobre el movimiento zapatista” y que respetara la diversidad sexual (Carbajal, 2013). 

Contra episodios de este tipo intervienen Nieto y su equipo. En “Reflexiones sobre un manual queer”, Nieto expone qué lo llevó a producir estos materiales para los primeros años de la escuela secundaria. A contrapelo de la lógica extractivista, el colectivo que anima trabaja desde la escucha: atiende a lo necesitan las escuelas que reciben a los estudiantes de la carrera de Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) en sus prácticas de residencia. También está alerta respecto de las resistencias entendidas como rechazo: la censura del libro Mariposas libres. Derecho a vivir una infancia trans de Gabriela Mansilla editado por la UNGS en 2018 por parte del municipio de San Miguel exige, para empezar, dos consideraciones. Si como aprendimos de Jacques Derrida, el síntoma es “lo que cae”, “lo que nos cae encima” (1997: 103), lo que cae “con otra cosa, al mismo tiempo o en el mismo lugar que otra cosa” (1982: 392), tenemos aquí, a partir de este evento, una reacción legible, por lo menos en dos sentidos intersectados. Uno, relativo a qué se entiende por “literatura”; el otro, relativo a los “cuerpos que importan” (Butler, 1993) en el tejido social. 

En “Reflexiones sobre un manual queer”, Nieto envía a una nota realizada a Gabriela Diker, rectora de la UNGS, a propósito del retiro del libro de Mansilla de “La noche de los libros”, una actividad que todos los años organiza el municipio. Diker comenta que la Secretaría de Educación, Cultura y Deporte le hizo llegar un comunicado en el que se decía que el libro “no se ajustaba a la naturaleza del evento”: “Como consecuencia de esta medida, decidimos retirarnos de La noche de los libros y nos dijeron que preferían eso, dado que consideraban que La noche era un evento meramente literario” (Diker en Csipka, 2018).

Cabe “solicitar” (en el sentido derrideano de hacer temblar, de hacer oscilar los fundamentos) el concepto de “literatura” en juego, en especial a la luz de las relaciones entre poder político y poder religioso que Nieto revela a propósito de este evento (cf. Nieto, 2021). En línea con lo desarrollado, se impone enviar al menos a uno de los textos de Derrida que liga el derecho a decir con la democracia:

No soy capaz de separar la invención de la literatura, la historia de la literatura, de la historia de la democracia. Con el pretexto de la ficción, la literatura debe ser capaz de decir algo: en otras palabras, es inseparable de los derechos humanos, de la libertad de expresión, etc. Se podría, si se dispusiera de tiempo, analizar la historia de este derecho de que la literatura tiene algo para decir y de los varios límites que se le han impuesto. Es obvio que si la democracia aún está por venir, este derecho a decir algo, incluso en literatura, no está concretamente efectivizado o realizado. (Derrida, 1996:156)

En este sentido vale interrogar qué expresa esta posición tan poco “hospitalaria” (Derrida, 2001) que se revela, sintomáticamente, a propósito de la literatura.   

En segundo lugar, estos tomos son una respuesta imaginativa a la pregunta de cómo articular los contenidos de ESI y los de lengua y literatura. La solidez teórica tanto en estudios lingüísticos y literarios como en estudios de género es la marca de esta propuesta que, por otro lado, ratifica la vigencia de la hipótesis bourdesiana que opuso “teoría” a “dogma” y no a “práctica” (Bourdieu, 1972). Es la reflexión teórica sobre las prácticas y son las prácticas realizadas desde una posición inspirada, en este caso, en Paul Preciado (entre otras formulaciones), las que desde una dialéctica sin síntesis hace lugar a que caigan juntos, por el lado de los corpus, Federico García Lorca y Eduardo Galeano, Juan Ramón Giménez y María Teresa Andruetto, Silvina Ocampo y Federico Falco, Sor Juana Inés de la Cruz y Juan José Saer, Clarice Lispector y Claudia Piñeiro, etc. y, por el lado de los contenidos, los conceptos de “alegoría”, “autoficción”, “polifonía” junto a los de “discurso heteronormativo”, “patriarcado”, “violencia de género”, etc. Desde ambos planos, desde cada uno de los campos de saber involucrados se complejiza la lectura de los textos y, con ello, de la vida misma que la literatura, con su carácter de “signo intencional habitado y regulado por algo distinto de lo cual también es síntoma” (Bourdieu, 1992: 15), expone en tensión. Una tensión que estos tomos se empeñan por ayudar a entender. Una tarea tributaria de la búsqueda de contribuir a “destruir prejuicios” (15), otra vez, sobre la literatura, sobre la vida misma.

Finalmente, los tomos confirman la fuerza movilizadora del conflicto. En una de sus últimas clases dictadas en el Collège de France, Pierre Bourdieu señalaba la importancia de “comprender el campo contra el cual y con el cual uno se hace” (2001: 185). Más de un campo, en este caso. O, en todo caso, campos intersectados tomados desde perímetros difusos y desnudados en su hegemonía solo parcial. 

Explotar la grieta para hacer de la disidencia motor de transformación social es una de las derivas más importantes del concepto de “política” que, no casualmente, quienes firman estos manuales aprenden de quien condujo por varios años la UNGS. También de Rinesi toman un concepto de “extensión” universitaria en las antípodas de las fantasías de colonización (cf. Rinesi, 2015). Hay en estos tomos una reactivación de los principios que colegas y discípulos de Bourdieu defendieron, entre la deuda con el maestro al que homenajeaban y un Sartre que, leído desde el filtro bourdesiano, resulta aplacado en su omnipotencia racionalista tanto como en su ingenuo voluntarismo-voluntarista: si estos tomos reinscriben el principio que reza “la libertad por el conocimiento” (cf. Bouveresse y Roche), no lo hacen sino con plena conciencia de estar librando solo una batalla contra el reticulado de poderes que afianzan tanto la lógica cisheteropatriarcal como el modelo extractivo del biocapitalismo que convierte “todo lo vivo en material disponible” (Cragnolini, 2021: 13). Tal vez no resulte ocioso recordar que el libro en el que con más detalle Bourdieu desarrolla su concepto de “violencia simbólica” sea La dominación masculina. Un libro en el que Bourdieu resalta un matiz importante de Cuerpos que importan: el alejamiento de la “visión voluntarista” que advertía en El género en disputa (Bourdieu, 1998: 110). Efectivamente, en Cuerpos que importan la distancia respecto de aquella posición es explícita:

Si yo hubiera sostenido que los géneros son performativos, eso significaría que pensaba que uno se despertaba a la mañana, examinaba el guardarropas o algún espacio más amplio en busca del género que quería elegir y se lo asignaba durante el día para volver a colocarlo en su lugar a la noche. Semejante sujeto voluntario e instrumental, que decide sobre su género, claramente no pertenece a ese género desde el comienzo y no se da cuenta de que su existencia ya está decidida por el género. Ciertamente, una teoría de este tipo volvería a colocar la figura de un sujeto que decide -humanista- en el centro de un proyecto cuyo énfasis en la construcción parece oponerse por completo a tal noción. (1993: 12-13)

Por otra parte, muy recientemente se ha advertido la importancia que otorga Butler al concepto bourdesiano de habitus “para el análisis de la reproducción de disposiciones incorporadas por las socializaciones primarias y escolares” (Marie Lagrave, 2020: 365). Butler observa que Bourdieu “aporta una explicación de cómo se incorporan las normas; propone que estas conforman y cultivan el habitus del cuerpo, el estilo cultural de los gestos y del comportamiento” (220):

Pierre Bourdieu nos advierte sobre el peligro de reducir esta comprensión asimilada, o habitus, al hecho de seguir una regla conscientemente: “Toda dominación simbólica presupone, por parte de aquellos que están sometidos a ella, una cierta complicidad que no es ni una sumisión pasiva a una restricción externa, ni una adhesión libre a unos valores” (Bourdieu, 1990: 50-51) (Butler, 1997: 222)

Si bien valora que Bourdieu sostenga que “el cuerpo se forma por la repetición y acumulación de normas, y que esta formación es efectiva” (251) al punto que esas “estructuras estructuradas” como habitus son básicamente “estructuras estructurantes”  que orientan la percepción, la evaluación y la acción de los sujetos (Bourdieu, 1980: 88-89), no obstante le cuestiona la eliminación de “la posibilidad de una agencia que surja desde los márgenes del poder” (Butler, 1997: 251). No interesa aquí detenernos en un examen de las relaciones de dones y deudas entre Butler y Bourdieu. Sí interesa observar cómo estos dos filósofos devenidos pensadores transdisciplinares construyeron teorías que alertaron respecto de la “violencia simbólica” y sus derivas: desenmascarar el carácter arbitrario de las normas que fundan creencias y prácticas sociales expandidas y naturalizadas por iteración es un paso crucial en la desarticulación de los mecanismos que las sostienen. En el caso que nos ocupa: creencias y prácticas sobre la literatura y sobre los cuerpos. Creencias y prácticas “inquietadas”, no desde la posición plañidera sino desde la vitalidad del activismo tramitado desde la sospechada “academia”.

Referencias

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