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Entrevista a Selva Almada
Una mirada entrerriana, una manera de estar parado en el mundo. Una mirada poética que también es política
Instituto del Desarrollo Humano, UNGS
Selva Almada, la autora de El viento que arrasa (2012), Ladrilleros (2013) y No es un río (2020), reflexiona sobre la lengua de los personajes en sus novelas. ¿Cómo se construye ese lenguaje? ¿De dónde vienen esas voces? Asimismo, repone el legado de Juan L. Ortiz y de los poetas entrerrianos, sus relaciones con el río y la naturaleza, que son fundantes de sus poéticas. Esta conversación con la narradora nacida en Villa Elisa es parte del segundo episodio del podcast Río Sapiens 1 para el N° 2 de Umbral. El diálogo fluye como las aguas de un río, atravesando distintos aspectos de su vida y de su obra.
En alguna entrevista leí que para vos han sido muy importantes las lecturas de poetas como Juan Meneguín de Concordia, entre otros poetas entrerrianos, para trabajar el modo de hablar de los personajes de tus novelas. Meneguín menciona la forma fluvial de hablar de los mesopotámicos y señala que toda la poesía entrerriana por tradición tiene un sentido fluvial, de transcurrir, una mirada mansa. ¿Cuál es tu punto de vista al respecto?
La verdad es que lo comparto plenamente. Me parece que hoy, justamente, es eso: la mirada. Hay una mirada de ser entrerriano que es una forma de ser. Una forma de mirar, y también una manera de estar parado en el mundo. Creo que, en definitiva, es una mirada poética que también es política. Es como decir: escribo de esta manera tomando elementos del lenguaje, de la manera de hablar, del modo de decir, de los giros que tenemos nosotros como entrerrianos y entrerrianas. Eso en mi caso, supongo que en el caso de los poetas con más razón todavía, lo transforman en una poética. Se toman todos esos elementos, se incorpora la oralidad a la literatura escrita como una poética; porque, por lo menos cuando yo hago ese trabajo, no lo hago con una intención de darle verosimilitud al relato. A veces un poco se confunde cuando se leen mis relatos: “ah bueno, sí, porque los personajes hablan como habla la gente de ahí”. En realidad, si alguien fuera con mis libros a hablar como hablan los personajes, pensando que así lo entenderían los lugareños, sería como estar hablando en chino. Primero, porque hace veinte años que no vivo en la provincia, más allá de que tengo una comunicación bastante permanente y fluida porque mi familia vive allá y voy seguido. La verdad es que el lenguaje con el que yo trabajo es el lenguaje con el que hablábamos cuando yo era chica, algo que quizá ni siquiera existe para la gente que sigue viviendo en la provincia. A mí lo que me interesa es el sonido. La poesía que hay o la dimensión poética que tienen esos giros, esas frases hechas, esas palabras muy puntuales que son muy entrerrianas. No es un río (2020), como está situada también en Entre Ríos, creo que es mi novela o mi relato más entrerriano. Incluso más que los cuentos de Una chica de provincia (2007) que por ser también autobiográficos eran muy entrerrianos, en los que hay un lenguaje que es más propio de esa zona. En Ladrilleros (2013) lo siento más híbrido, porque hay cosas del lenguaje entrerriano, pero también del chaqueño y del santiagueño, por el lugar geográfico donde se ubica la historia. También algo del conurbano de los ‘90. O sea, hay una mezcla.
¿Y qué te pasa con los poetas entrerrianos, con Juan L. Ortiz particularmente?
No hay modo de no nombrar a Juanele cuando hablamos de poesía, sobre todo si hablamos de Entre Ríos. Son poetas que he leído en diferentes momentos de la vida, sobre todo Juanele, Calveyra, Zelarayán. La novela abre con unos versos de Calveyra. Eran los que yo sentía cerca, susurrantes, mientras escribía. Juan Meneguín también, es uno de nuestros mejores poetas vivos. Creo que el universo de la novela me los traía como si fuese un viento que entraba mientras escribía. Decía por ahí como que lo sentía atrás mío, diciendo sus versos, como un río, como si fuera el rumor del agua, el rumor de todos estos poetas enormes que tenemos concretamente en la provincia y en la zona. También me resonaba Madariaga, poeta muy cercano al agua y a la naturaleza. Yo siempre digo que a mí me hubiese encantado ser poeta, tener el don de la poesía. Si hubiera nacido cerca del río probablemente hubiera podido ser poeta. Pero bueno, como me tocó nacer más adentro en la provincia me tuve que conformar con ser narradora. Creo que es inseparable casi pensar en la Mesopotamia y no pensar en la poesía.
¿Se puede decir que hay cierto destino trágico en algunos personajes jóvenes de tus novelas? Pienso en Pajarito de Ladrilleros (2013) o en los y las adolescentes que sufren un accidente en No es un río (2020). ¿Con qué mirada pudiste trabajar en la cuestión de los jóvenes? Aparece también el tema de los accidentes automovilísticos. Trabajaste al respecto en una película que habla de ese tema, ¿verdad?
Sí, con Maxi Schonfeld, que es un director de cine de Crespo. Colaboré en el guión de su última película que se terminó de rodar hace muy poquito, en la que el disparador es un accidente de moto en el que muere un adolescente. Y creo que eso viene un poco de los recuerdos de infancia. Era habitual. En Villa Elisa pasaban muchos camiones, por esa ruta iban camiones de Brasil hacia otros puntos del país. Me acuerdo que era una noticia muy habitual la muerte trágica en un accidente. Los adolescentes volviendo de los bailes de la zona, muertos en accidentes de moto o en accidentes de auto. En No es un río (2020) hay un episodio en el que ocurre un accidente en el que mueren varios adolescentes. Es un episodio que ocurrió hace más de veinte años en mi pueblo. Un grupo de chicos que venían de un baile perdieron el control de la camioneta en la que iban y esta cayó en una zanja. Era ridículo pensar que alguien se podía ahogar ahí porque había muy poca agua. Pero con tan mala suerte que la camioneta en realidad no les permitió salir, cayó encima de ellos y se ahogaron en unos metros de barro. Fue un accidente espantoso porque murieron nueve adolescentes. Narrativamente la muerte trágica, la muerte inesperada, siempre tiene mucha potencia y dispara hacia muchos lugares. Además, son vivencias muy propias de mi infancia y de mi adolescencia en un pueblo.
Chicas muertas (2014) es un trabajo distinto porque ya entrás en el terreno de la no ficción, ¿cómo surgió esa investigación sobre femicidios y escribir este libro particularmente?
El proyecto de Chicas muertas (2014) empieza a darme vueltas, por un lado, por un interés personal que empecé a tener a lo largo de los años en las cuestiones de violencia de género, y también por un recuerdo puntual de la adolescencia. En ese momento no le llamábamos femicidio, pero fue el femicidio de una chica de un pueblo cercano (San José) y de cómo eso había afectado no solo a la comunidad en la que ella vivía, sino a toda la zona, todas las cosas que se habían tejido. Bueno, esta cosa del pueblo, donde todos creen saber cosas o inventan lo que no saben. El chisme, el rumor, el prejuicio, que en realidad son cosas que siguen ocurriendo siempre alrededor del femicidio, sobre todo cuando es una mujer joven o adolescente. La prensa, la gente, la sociedad o la comunidad terminan revisando la vida privada de la víctima, como buscando argumentos para que le haya ocurrido lo que le ocurrió. Eso por supuesto no era muy diferente hace treinta años, sino al contrario, estaba mucho más naturalizado, en vez de pensar por qué alguien había decidido arbitrariamente asesinar a una mujer. Si lo pienso, creo que gran parte de mi narrativa parte un poco de recuerdos de infancia o de cosas que me contaron. En este libro en particular también me interesaba un acercamiento a esas mujeres que yo no había conocido. Lo pude hacer a través, no solo de la investigación de los expedientes y material de la investigación de cada caso, sino también conociendo a personas cercanas a ellas, que me hablaran de ellas. Cuando empecé la investigación, sentía que eso me interpelaba como persona, como mujer. Pero era algo que yo no había vivido directamente. Después, cuando empecé a escribir el libro, empezaron a aparecer pequeñas escenas autobiográficas o relacionadas con mujeres que yo conocía. La violencia de género no había llegado a esa instancia que es la muerte, pero todas, de alguna manera, habíamos atravesado distintas situaciones que en definitiva son el preámbulo de eso. Según las estadísticas, lamentablemente no ha cambiado demasiado la situación en los últimos años, más o menos cada 24 horas se termina con la vida de una mujer. Entonces es un poco narrar el dolor de otro, pero también de alguna manera sintiéndome envuelta en ese dolor, no solo por una cuestión de empatía, sino porque de alguna manera me atraviesa como persona, como mujer.
Contanos sobre el proyecto de la librería Salvaje Federal, ¿qué es lo que estás leyendo y viendo en cuanto a la literatura de las provincias?
En realidad, este es un proyecto que surgió, o terminó de cristalizarse y de hacerse realidad, el año pasado, en noviembre. Era una idea que teníamos con un grupo de amigas desde hacía un tiempo, antes de la pandemia. El proyecto era tener una librería física con un local, pensando en qué tipo de librería podíamos tener en Buenos Aires, qué podía distinguirla de otras tantas librerías hermosas que hay en la ciudad. Lamentablemente muchas tuvieron que cerrar durante la pandemia. Nos dimos cuenta, o nos veníamos dando cuenta, de que había muy poco de la literatura editada en las provincias. Llegaba muy poco a las librerías porteñas, que en realidad son las que yo consumo porque vivo acá. Y a su vez, conozco muchas editoriales, muchos escritores y escritoras que siguen viviendo en sus lugares de origen y produciendo su literatura allá. Por las ferias, por ser yo misma provinciana y demás, conocí a muchos escritores y escritoras muy buenas con libros muy buenos que me daba cuenta de que eran inconseguibles en Buenos Aires. Entonces, la idea surgió a partir de eso, ¿por qué no una librería que esté focalizada en eso que se publica en las provincias de Argentina y que es muy difícil encontrar fuera de los lugares donde se producen? Después apareció la pandemia, un poco nos replegamos con el tema del local. Y dijimos: bueno, esto ya está tan encaminado, ¿por qué no lo arrancamos virtual como una librería online, y cuando la cosa se acomode ponemos el local? Lo que hicimos en noviembre fue lanzar una página online donde podés entrar y comprar. Y ahí nos dimos cuenta de que era todavía mejor la dimensión que podía cobrar, más federal. Porque esto iba a permitir no solo que la gente que viviera en Buenos Aires conociera esa literatura, fuera a comprar esos libros como si hubiésemos tenido solamente un local, sino que desde cualquier punto del país las personas iban a poder acceder a esa literatura y a su vez acceder a literatura de editoriales porteñas muy pequeñas que tampoco se consiguen en las provincias porque tienen infraestructuras chicas, porque la logística realmente es muy cara en Argentina. Llevar un libro de un lado al otro es carísimo. De repente compra gente de la Patagonia, del Chaco, de Mendoza o de cualquier parte del país. Así que, en ese sentido, finalmente lo que fue medio un accidente, porque llegamos a la virtualidad por la pandemia, después terminó convirtiéndose en algo positivo para el proyecto. De todas maneras, tenemos la idea de abrir el local porque también lo habíamos pensado como un espacio físico donde pudieran suceder otras cosas como charlas, visitas de los escritores y escritoras de las provincias cuando estén en Buenos Aires. Un lugar para presentar sus libros, para dar charlas, seminarios, y que también fuera un espacio de reunión. Así que eso lo vamos a hacer de todos modos. A muchos autores y autoras ya los conocía, pero también voy descubriendo montones que no sabía que existían. No necesariamente autores nuevos. Por ejemplo, una editorial, que no es porque sea de Entre Ríos pero que a mí me encanta, es la Eduner, la editorial de la Universidad de Entre Ríos que hace un trabajo de rescate de libros y autores que se publicaron alguna vez allá hace 50 años atrás y que los vuelven a editar. Tienen una colección que se llama Cuadernos de la orilla que es fantástica. En Córdoba hay muchísimas. Nosotras tenemos solo unas pocas porque, más allá de que la librería es virtual y que en la virtualidad cabe todo, los libros los tenemos físicamente en un lugar que tampoco es una librería. Entonces estamos un poco restringidas de espacio por el momento. Una editorial, Caballo negro, en la que además es editor el entrerriano Alejo Carbonell que vive en Córdoba desde hace por lo menos veinticinco años, hace un trabajo muy lindo de editar autores jóvenes, pero también tiene a Daniel Moyano. Editó una novelita que se llama La braza en la mano (2020) de un autor chaqueño que es Oscar Hermes Villordo, una novela de los ‘80 que estaba absolutamente descatalogada hacía años. Ahora hace poco incorporamos una editorial de Tucumán que se llama Gerania de unos chicos jóvenes. Y en la Patagonia también hay muchas editoriales. En el Chaco, en Resistencia, hay un proyecto que también me gusta mucho que se llama Literatura Tropical que tiene una editorial. Pero además es un colectivo de artistas, son músicos, pintores, actores, gente de teatro, y hacen unas cosas buenísimas, performáticas. Así que yo celebro que no tengan que pasar por Buenos Aires para hacer cosas porque lamentablemente sigue siendo tan centralista el país que parece que lo que no sucede acá es porque no hay, porque no existe. Y por suerte hay muchísima movida, movimiento, literatura y editoriales a lo largo y a lo ancho del país. Y eso está buenísimo.
¿Por dónde andan tus lecturas últimamente?
Ya hace muchos años que prácticamente no leo traducciones. Estaba más enfocada en la literatura argentina o latinoamericana, y ahora en la lectura de literatura argentina de estas pequeñas editoriales. También para conocer esos libros que después tenemos que promocionar y vender. Porque en general también es un poco exigente el proyecto de la librería en el sentido de que los lectores, quienes van a comprar los libros, tienen que tener una cuota de riesgo. En general no se conoce a esos autores. No es que llegan a los libros con un montón de referencias, sino por medio de algunas de estas recomendaciones que hacemos nosotras desde el Instagram. Y después por intuición van buscando y viendo qué leer. Porque bueno… es una literatura que no se conoce. Así que ahora estoy más enfocada en leer estos libros que tenemos en el catálogo, como para también poder darlos a conocer.
A partir de toda esa efervescencia de escritores y escritoras del interior que mencionás, nuevos y viejos que emergen con más potencia, pero también a partir del impacto que tuvo en la literatura la emergencia de los movimientos de mujeres, de las disidencias y los feminismos, ¿creés que estamos ante una nueva matriz en nuestra literatura?
Yo creo que todas esas cosas que nos interesan o nos interpelan en la realidad y como integrante de los escritores y las escritoras, también como integrante de una comunidad o de una sociedad, eso nos da material o ideas para la escritura de ficción o para ir hacia la no ficción o hacia el ensayo. Han aparecido muchos libros, muchos autores y autoras transgénero. Camila Sosa Villada, por ejemplo, es una escritora trans cordobesa y sus libros están teniendo muchísima repercusión porque son muy buenos. Se está leyendo mucho y todo el tiempo están apareciendo estas literaturas novedosas. No digo que no hayan existido, pero si existieron, fue de una manera muy secreta para la mayoría de los lectores y ahora son mucho más accesibles. A mí, igual, cuando el panfleto se mete mucho en la ficción, en la literatura, es una literatura que no me interesa tanto o deja de interesarme un poco. Pero sí, celebro que existan obviamente todos estos movimientos del feminismo, la ecología, ir hacia el lenguaje inclusivo que es tan resistido, por ejemplo. A nosotras nos pasa que hacemos un newsletter de la librería que mandamos a las personas que se inscriben para recibirlo todos los meses con novedades, cosas vinculadas a la librería. Y tenemos un texto de encabezamiento en el que usamos la “x” para poner “escritorxs” y todos los meses puntualmente nos llegan mails escandalizados preguntando cómo es posible que personas que tenemos una librería escribamos de esa manera. Lamentablemente, todas estas cosas son muy resistidas. Y entonces cuanto más visibilidad tengan, cuanto más lugar en las editoriales y en las librerías tengan, también eso provoca o nos hace reflexionar sobre el asunto, así que bienvenido sea.
¿Qué lugar creés que puede ocupar la literatura con respecto al futuro de un país, de una sociedad atravesada por una pandemia que ha desnudado muchísimas desigualdades preexistentes de todo tipo? Es decir, ¿podemos estar ante un cambio de época que vuelva a traer el problema de los narradores que se planteó Benjamin en un mundo tan convulsionado como el de principios del siglo XX?
La literatura ha sobrevivido a todo. De repente, lo que puede llegar a cambiar es el formato. Quiero decir, quizá ya no haya tantos libros en papel y haya más libros electrónicos. De todas maneras, Argentina es un país que se resiste mucho y yo me cuento entre las que se resisten al libro electrónico. Yo pensé que en aquella primera parte de la cuarentena, cuando las librerías estuvieron cerradas, iba a crecer exponencialmente el tema de la venta de ebooks y finalmente no fue así. Hubo apenas un crecimiento, nada importante. Supongo que nos iremos acostumbrando un poco más, quizá a otro formato como el libro electrónico, como el audiolibro que en otros países también es algo súper habitual. Y acá en Argentina todavía no lo es tanto, casi no lo es. Mis libros No es un río (2020) y Chicas muertas (2014) están en audiolibro también. Y cuando llega la liquidación, la verdad es que es muy poco lo que sale en audiolibro. Como que sigue siendo el libro en papel lo que el lector o la lectora buscan. Yo creo que, de todas maneras, todo el tiempo aparecen nuevos narradores, aparecen poetas. Lo que creo es que quizá tenemos una deuda con la poesía en nuestro país. Me parece que deberíamos leer más poesía, que se debería enseñar a leer poesía en la escuela. Estamos muy apegados a la narrativa, a la novela, al cuento, y no somos en general lectores de poesía. Me parece que ahí hay algo que desde el Estado debería fomentarse un poco más. Bueno, ya hemos nombrado solamente de Entre Ríos cuatro grandes poetas y tenemos grandes poetas vivos y vivas. Y no hay una formación de lectura de poesía. De hecho, en la pandemia me resultaba más amable leer poesía que narrativa. Me parecía que la narrativa me exigía una concentración distinta, una concentración mental. En cambio, la poesía, por lo menos para mí, es una disposición más del espíritu que de la mente. Entonces me resultaba mucho más pleno leer poesía pero sí me parece que no estábamos acostumbrados.
1 Link del podcast: https://open.spotify.com/episode/3FZWREUDZdC4oZTWs6gqyI?si=9ZYa15Z_S_y28DhNt7ZyQA&dl_branch=1
Bibliografía
ALMADA, Selva (2007) Una chica de provincia. Buenos Aires: Gárgola.
———————– (2012) El viento que arrasa. Buenos Aires: Mar Dulce.
———————– (2013) Ladrilleros. Buenos Aires: Mar Dulce.
———————– (2014) Chicas muertas. Buenos Aires: Random House.
———————– (2020) No es un río. Buenos Aires. Random House.
PARED, Martín (Presentador) (2021, 14 de abril). “Juan Meneguín: río, poesía y telescopios” (Núm. 1) [Episodio de podcast de audio]. En Río Sapiens. Spotify. https://open.spotify.com/episode/3xWvCefQ0awIysmWXFkt75?si=S3_33GpeSzGPl-sqWPBpCA&dl_branch=1 VILLORDO, Oscar Hermes (2020 [1983]). La brasa en la mano. Córdoba: Caballo negro.
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