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Evita en San Vicente, 1949. Foto de Pinélides Fusco

Presentación del dossier sobre Eva Perón

Si Evita viviera

Instituto del Desarrollo Humano, UNGS

El 26 de julio de 1952, la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación cumplió con el “penosísimo deber” de informar al pueblo de la República que a las 20:25 horas había fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. A las 20:25, en ese preciso momento, “en las esquinas grupos de silencio”; a las 20:25, “la muerte puso huevos en la herida”; a las 20:25, “el cuarto se irisaba de agonía”; a las 20:25, “el gentío rompía las ventanas; y “eran las 20:25 en todos los relojes”. Curiosamente, en el caso de Eva Perón, la muerte no impuso, no pudo imponer, todas sus condiciones, desde el mundo de los vivos, se iniciaron inmediatamente los procedimientos para embalsamar su cuerpo. Se trató, en principio, de conservarlo tal como lucía antes de la última exhalación, de arrebatárselo a la muerte y de evitar su descomposición y se trató, además, de inmortalizarlo. Es este uno de los temas del peronismo clásico y de este dossier: el pasaje a la inmortalidad de María Eva Duarte de Perón (de un cuerpo vencido por el cáncer a un corpus literario). 

En tanto el doctor Pedro Lara trabajaba en la conservación del cuerpo, una serie de autorxs dispares de la literatura argentina comienza a escribir, no para la preservación de su memoria sino más bien para la perversión, no para la perpetuación de sus rasgos vivos, sino para continuar las líneas de la descomposición que debía haberse verificado en el cuerpo. Así, el pasaje a la inmortalidad de Eva Perón se da, cuándo no en estas tierras, bajo el signo de un antagonismo: conservadurismo o descomposición. El peronismo, que por aquel entonces se auto proclamaba como un “movimiento” político revolucionario, desplegó ante la muerte todas sus fuerzas conservadoras y las artes, en general, y la literatura, en particular, desplegaron sus fuerzas más revolucionarias: el teatro de Copi y la narrativa de Néstor Perlongher sirven de ejemplo incontrastable. Así, en el caso de Eva Perón, la descomposición del cuerpo y de la memoria se asimila a la narrativa, la poética y la dramaturgia más alejada de los discursos oficiales del peronismo y a esa grafía compleja que Roland Barthes entendía por literatura y que era capaz de descarriar a la lengua del poder. Distantes, entonces, de la liturgia peronista y de toda liturgia, entendida como tautología, esas manifestaciones artísticas son trabajadas en este dossier con singular obcecación. Susana Rosano examina las obras de Pedro Lara, Perlongher y Feinmann. Por su parte, cuatro estudiantes del Profesorado Universitario en Lengua y Literatura, Marcela Binnier, Juliana Iglesias, Jorge Siryj y Daiana Vidal vuelven sobre la propuesta crítica que David Viñas acuñó en Literatura Argentina y Realidad Política en los años ‘70, el contacto entre serie literaria y serie política en nuestra literatura. Cierran otrxs dos estudiantes, Adrián Cardozoy Silvina Pereyra, que llevan a cabo una entrevista a Romina Martínez, una de las responsables del Museo Evita, ubicado en el barrio de Palermo de la Ciudad de Buenos Aires.  

“Si Evita viviera” es la consigna política que da título a este dossier, acaso a contrapelo del “volveré y seré millones” de libros, de militantes y de manifestaciones artísticas. “Si Evita viviera” es, también, la condición, devenida estribillo o amenaza, que se suspende, siempre, sobre el presente, como una tormenta que no se precipita jamás, pero de la que todxs vivimos pendientes y a la que esperamos para castigo de lxs tibixs. “Si Evita viviera” es, debería ser, una novela dulce y melancólica, que alguien debería estar escribiendo, mientras la esperamos y la buscamos a ELLA, en cada necesidad vuelta derecho.