Presiona ENTER para ver los resultados o ESC para cancelar.

Pinélides Fusco

Evita: Lenguaje cristalizado

Instituto del Desarrollo Humano, UNGS

¿Sabes de donde vienes?
Una sílaba viajó de los labios de tu madre a los de tu padre.
Así llegaste a este mundo. (3ww – Alt J)

Con esa frase da inicio la canción de Alt-J “3WW” en su videoclip oficial. Según la letra de la canción, podemos interpretar que 3WW significa “3 Worn Words”, “tres palabras gastadas” en su traducción al español. Sin embargo, la banda decidió prescindir de las palabras a la hora de nombrar su obra, a pesar de que el último y más importante verso de la canción refiera directamente al lenguaje: “I just want to love you in my own language”. De esta manera, el video de 3WW nos permite revisitar su diálogo inicial: el lenguaje y las palabras como inevitables dadores de existencia. Un lenguaje propio cuyo funcionamiento, al parecer, necesita de palabras para darle existencia a lo inexistente. Esta interpretación es lo que nos permite articular el tema del que va a tratar el presente artículo: la figura de Eva Perón y sus representaciones, en relación al lenguaje propio que se configura en el campo literario argentino. 

Para comenzar, resulta necesario ahondar en el contexto político que atravesó Argentina durante el peronismo. A partir de la década del 40, se establece este movimiento político que rompe con un largo historial de gobiernos conservadores que defendían los intereses de las clases dominantes. En esta línea, Rosano sostiene que la irrupción del peronismo trajo consigo, además de una ruptura política, una ruptura cultural (Rosano, 2005: 1). A causa de estas rupturas, comienzan a surgir nuevas voces en la escena política y cultural de la Argentina peronista, donde predominan las voces de las clases obreras y marginales de la sociedad. En este contexto, surge la figura de Evita. Eva Duarte, esposa de Perón, es la persona que configura la imagen por excelencia del peronismo: una mujer que se incluye y se empapa de la vida en los sectores obreros y marginales de la sociedad. De esta manera, se construye en el imaginario social la figura de Evita, la manifestación palpable de un movimiento político y de la clase a la que representa. Por supuesto, a la escena literaria no le resultó ajeno este fenómeno. Destacamos el “por supuesto”, porque el campo literario en Argentina se configura, con un lenguaje propio, como un espacio de lucha y debate político desde sus orígenes, anteriores al peronismo. 

En este sentido, Rosano afirma que las representaciones literarias vacían y resignifican la figura de Evita. De manera que la autora retoma a Raymond Williams para traer a su análisis el concepto de “estructura de sentimiento” en relación al proceso de consolidación del peronismo (Rosano, 2005: 8). De este modo, es posible percibir el proceso en su carácter de forma cultural en constante cambio a partir de los sentimientos que provoca la figura de Evita, evitando así reducir lo social a “formas fijas”. Por otra parte, Sarlo propone que el cuerpo de Eva es un “cuerpo geminado”, atravesado por dos líneas: el cuerpo real y el cuerpo político (Sarlo, 2003: 90). Sarlo retoma a Kantorowicz para relacionar este concepto con la figura de Evita, ya que el autor alemán explica que la figura del monarca se configura a partir del cuerpo natural y del cuerpo político. De este modo, el régimen de la monarquía se apoya no solo en el cuerpo natural del rey, sino también en su cuerpo político. Es este último cuerpo el que asegura su continuidad, ya que a diferencia del cuerpo natural, el cuerpo político no puede morir ni envejecer. 

A partir de este marco teórico, podemos analizar el siguiente corpus de obras que abordan la figura de Evita. En primer lugar, “La señora muerta”, de David Viñas, el cual destaca la gran procesión que tuvo lugar a causa de la muerte de Evita y a la gente que asiste a dicho evento. De manera similar, “El simulacro”, de J. L. Borges, remite a las ceremonias religiosas en torno a la muerte de Evita; en este caso, su funeral. Nuevamente, la obra se centra en los personajes que asisten a la ceremonia. Por otra parte, en “Gorilas”, de Osvaldo Soriano, se desarrollan una serie de sucesos en torno a Evita desde la perspectiva de un niño. Mientras que en “Soy yo”, de Esther Cross, es una adolescente quien es atravesada por la figura de Evita. Por último, en Evita Vive, de Néstor Perlongher, se sitúa a Evita directamente en la vida de los sectores marginales, donde se destaca la sexualidad y la delincuencia. 

Ahora bien, ¿qué tienen en común estos textos literarios? Un nombre: “Evita”. Cada obra utiliza, a su manera, el nombre de “Evita” como un fuerte recurso narrativo. Tanto en los casos en donde se menciona el nombre, como en los que no, el uso de este recurso se trata de un factor determinante a la hora de representar la figura de Evita en la literatura. 

Por lo tanto, en el siguiente trabajo se abordará el valor narrativo que el uso del nombre “Evita” posee en las obras del corpus mencionado. Para ello, nos serviremos del concepto de “estructura de sentimiento” para denotar cómo el uso del nombre influye en la construcción de una forma cultural. A su vez, la idea de una “geminación del cuerpo” nos permitirá establecer una relación entre el uso del nombre y la conformación del cuerpo natural-político de Evita. 

El sentimiento en el nombre 

En primer lugar, Rosano afirma que la figura de Evita representa el elemento central en la consolidación del peronismo como “estructura de sentimiento” (Rosano, 2005: 8). En este sentido, podemos destacar el componente discursivo que trae consigo la construcción de la figura de Evita en el imaginario colectivo. Generalmente, el discurso y las políticas del peronismo iban dirigidas hacia la clase trabajadora. Sin embargo, no era un discurso ajeno a las masas, sino un discurso para las masas desde las masas. En este punto, fue Evita quien sirvió como “puente de amor” entre el peronismo y el pueblo, ya que fueron su imagen y su voz lo que estableció el pasaje entre el movimiento político y la gente que buscaba representar. Según Rosano, la muerte temprana de Eva y el peregrinaje de su cadáver ayudaron en gran medida a la consolidación del sentimiento en torno a la figura de Evita en el imaginario social (Rosano, 2005: 9). 

En efecto, en el campo literario estos hechos no pasaron desapercibidos. Este “sentimiento” se consolida, en la literatura, fundamentalmente a partir de un foco en los sentimientos de la clase que Evita representaba: las clases bajas y trabajadoras. De esta manera, tanto la clase obrera como el gran peregrinaje son los protagonistas de los sucesos que se narran en “La señora muerta”. En el cuento de Viñas, dos personajes se encuentran en la fila para ver el cuerpo embalsamado de Evita. Sin embargo, el cuento no lo menciona explícitamente, sino que opta por enumerar otros personajes que se encuentran en la fila desde la perspectiva de Moure, quien parece no estar interesado en la ceremonia que se desarrolla: 

Una mujer con la cabeza cubierta con una pañoleta se le arrodilló delante, agachaba la frente y parecía rezongar con una confusa irritación mientras se frotaba las manos. (Viñas, 2000: 64)

Moure volvió la cabeza y vio un hombre que orinaba el borde de la vereda y se sintió irritado porque ése podría haber ido a otro lugar o se hubiese aguantado. (Viñas, 2000: 69)

En ambos casos, podemos notar que los personajes mencionados parecen agotados por la situación, como si no quisieran estar en esa fila. Sin embargo, este malestar es interpretación del narrador: la mujer “parecía” rezongar y el hombre “podría” haber ido a otro lugar o aguantarse las ganas de orinar. 

De esta manera, se comienza a dar forma a la estructura de sentimiento en torno a figura de Evita a partir de la representación del “pueblo” desde la mirada de alguien ajeno a él y, por lo tanto, incapaz de comprender lo que sucede en esa fila. De todas formas, lo que termina de conformar el sentimiento hacia Evita en el cuento es la utilización de su nombre, o mejor dicho, la completa exclusión del mismo. Notamos que desde el título del cuento ya se prescinde del nombre; la “señora” muerta es Evita. Durante todo el cuento se hacen pequeñas alusiones, sin mencionar el nombre, que nos permiten interpretar que la señora muerta es Evita, por ejemplo: 

−¿Usted cree que la podremos ver?
−Y, no sé. Habrá que esperar.
−Dicen que está muy linda.
−¿Sí?
−La embalsamaron. Por eso. (Viñas, 2000: 68)

Sin embargo, es hacia el final del cuento donde culmina esta resistencia a la pronunciación de un nombre: 

−Hay que aguantarse− el chofer permanecía rígido, conciliador. −Es por la Señora.
−¿Por la muerte de …?− necesitó Moure que le precisaran.
−Sí. Sí.
−¡Es demasiado por la yegua ésa!

(…)

−Ah, no … Eso sí que no− murmuraba hasta que encontró la manija y abrió la puerta. −Eso sí que no se lo permito …− y se bajó. (Viñas, 2000: 71-72)

Finalmente, la alusión al nombre de Evita adopta un caracter despectivo: pasa de “señora” a “yegua”. Esto causa la inevitable ruptura entre Moure y la mujer que lo acompañaba. De esta manera, en el cuento se configuran tanto la clase devota hacia la figura de Evita como los que se le oponen a partir de la utilización de su nombre. Por consiguiente, el sentimiento se representa mediante la inexistencia del nombre de Evita, porque a pesar de no haber nombre ni imagen concreta, el sentimiento se expresa a partir de la construcción tanto de la gente a la que el nombre de Evita representa como a la que no. 

Por otra parte, en “Soy yo”, el sentimiento hacia la figura de Evita se construye desde la perspectiva de una adolescente que busca parecerse a Evita. De la misma manera que en el cuento de Viñas, la premisa del cuento no se explicita. Sin embargo, en Soy yo, se menciona el nombre de Evita cuando la chica se tiñe el pelo de rubio: 

No es el rubio iluminado de Evita. Es un rubio oxigenado, más parecido al de la Evita de las pancartas y de los afiches. (Cross, 2021: 63) 

De esta manera, el narrador, que no es la chica que se tiñe el pelo, reconoce la existencia de dos Evitas, una real y una que es imagen, la de las “pancartas y afiches”. Esto deja en evidencia que la transformación de la chica en Evita se corresponde únicamente a la Evita de las representaciones gráficas, a una imagen, no a la “real”. 

En esta línea, resulta interesante detenernos en el siguiente fragmento del cuento, donde se hace referencia directamente a la cuestión de los nombres: 

Si lo piensa un poco, lo mismo le pasa con la mayoría de las personas: sabe cómo se llaman, dónde viven, a qué se dedican, pero en realidad no sabe mucho más. (Cross, 2021: 61) 

Acá se plantea una idea un tanto distinta a lo que mencionamos sobre el uso del nombre en el cuento de Viñas. En este caso, el uso del nombre está asociado directamente al sentimiento en torno a la figura de Evita. Un sentimiento de rebeldía por parte de la adolescente, y un sentimiento de rechazo por parte de su familia y su entorno, como vemos en el siguiente fragmento: 

Ni bien entró la suspendieron, sin que mediara explicación. La hicieron firmar el libro de actas y firmó con el nombre de la chica de la cédula para darles el gusto sin darles la razón. (Cross, 2021: 65) 

De este modo, en “Soy yo”, el uso de los nombres cumple un papel fundamental en la obra. Es mediante el uso de este recurso donde, en primer lugar, se delimita la figura de Evita entre su cuerpo real y una imagen de su cuerpo. Por otro lado, se termina de establecer la estructura de sentimiento en torno a Evita a partir de la exclusión, nuevamente, de un nombre. En este caso, el nombre de la adolescente, quien recurre a “nombres falsos” en busca del nombre verdadero: Evita. 

Los cuerpos y el nombre 

Como mencionamos anteriormente, en el cuento de Cross se hace presente una diferenciación entre “Evita” y “Evita en los afiches”. En este punto, ahondaremos en esa distinción a partir de los aportes de Beatriz Sarlo al respecto. Sarlo sostiene que el cuerpo de Eva es atravesado por dos líneas: el cuerpo real y el cuerpo político. De modo que el cuerpo real es la forma visible de su cuerpo político (Sarlo, 2003; 92). Es decir, el cuerpo físico de Eva actuó como recipiente para las políticas peronistas que buscaban representar y promover el movimiento social y cultural de las clases más bajas de la sociedad. Sarlo afirma que “el lugar de Eva incluía todos los que no podía ocupar Perón”. De esta manera, el cuerpo político de Eva, denominado “Evita”, trasciende su cuerpo real, es decir, “Evita en los afiches”, una simple imagen de Evita. Podemos notar cómo se manifiesta este hecho si nos fijamos en el cuento “Gorilas”, de Osvaldo Soriano. Allí, el narrador, ya adulto, cuenta parte de su infancia y de su adolescencia como peronista. En este caso, destacaremos las menciones a las figuras de Evita en el cuento. Es posible identificar que se construyen tanto el cuerpo real de Evita como el cuerpo político. En este sentido, el cuerpo real de Evita se presenta a partir de la destrucción de las representaciones artísticas de su imagen: 

Una tarde vinieron los milicos que destrozaron a martillazos la estatua de Evita. (…)

¿Por qué me salió un hijo así? Dijo y me ordenó arrancar el retrato de Evita que tenía en mi pieza. (Soriano, 2021: 227) 

En estos fragmentos del cuento, es posible notar que en ambos casos la figura de Evita se encuentra “bajo ataque”. Por lo tanto, si consideramos a la estatua y al cuadro de Evita como manifestaciones de su cuerpo real, podemos afirmar que su cuerpo político resultó ileso. En este sentido, resulta interesante pensar en el uso que se le da al nombre de “Evita”. Al parecer, el nombre es lo único que no se puede atacar. Ya que una estatua se puede destruir, al igual que un retrato, pero el cuerpo que representaban ambas imágenes continúa existiendo en el nombre. Es decir, tanto el cuerpo político de Eva como su cuerpo real, encuentran en el nombre “Evita” un recipiente. 

Por otra parte, en “El simulacro”, se narra una representación del funeral de Evita. Resulta interesante que la palabra “representación” se haga presente en la propia obra, mas no el nombre de Evita:

La gente lo trataba con deferencia, no por él sino por el que representaba o ya era. (Borges, 1956: 8) 

Como podemos ver, en el fragmento se consolida el personaje de Perón sin nombrarlo, a partir de lo que representa para “la gente” que lo trata con deferencia. De manera similar, la figura de Evita consolida su cuerpo físico a partir de una representación: “una muñeca de pelo rubio”. En este caso, el narrador configura el cuerpo político de Evita a partir del uso de un nombre: Eva Duarte. Eva no es “Evita” ni es “Eva Perón”, es Eva Duarte: 

El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología. (Borges, 1956: 8) 

Al mencionar el nombre de “Eva Duarte”, se materializa el “simulacro” que se menciona en el título de la obra. Es decir, la muñeca rubia efectivamente no era Eva Duarte, la gente que se acercaba no reconocía a Eva Duarte, reconocía a Evita, el nombre que contiene la representación de su cuerpo político. Nombre que está ausente en la obra de Borges, el cual opta por Eva Duarte, el nombre anónimo, un nombre sin carga política, el “nombre secreto” que configuró el nombre “Evita”. 

Algo similar sucede en “Evita Vive”, texto de Nestor Perlongher. En esta obra, se despoja a Evita de su nombre pero no se ofrece otro nombre a cambio. Evita se hace presente en un cuerpo real, mientras recorre distintas zonas marcadas por la marginalidad. En este caso, el nombre y el cuerpo físico de Evita se funden en uno solo: 

¿Cómo? ¿No me conocés? Soy Evita”. “¿Evita?”–dije, yo no lo podía creer– . “¿Evita, vos?” –y le prendí la lámpara en la cara. Y era ella nomás, inconfundible con esa piel brillosa, brillosa, y las manchitas del cáncer por abajo, que –la verdad– no le quedaban nada mal. (Perlongher, 2021: 140) 

Resulta interesante fijarnos en los comentarios que ofrece el narrador, los cuales, en el siguiente fragmento, le atribuyen a Evita un nombre que ya mencionamos antes: 

No, que oigan, que oigan todos –dijo la yegua– , ahora me querés meter en cana cuando hace 22 años, sí, o 23, yo misma te llevé la bicicleta a tu casa para el pibe. (Perlongher, 2021: 144) 

Destacamos el “Dijo la yegua”, refiriéndose a Evita. Si bien en el cuento de Viñas el apelativo contiene una fuerte carga despectiva, en “Evita Vive” no parece ser el caso. La escena transcurre sin interrupciones, como si no hubiera diferencia alguna entre Evita y “yegua”. Por último, se manifiesta en la obra un nombre más: 

Me llamo Evita, ¿y vos? “Chiche”, le contesté. Seguro que no sos un travesti, preciosura. A ver, ¿Evita qué? Eva Duarte. (Perlongher, 2021: 146) 

Eva Duarte, nombre que también es parte del corpus literario. Como dijimos anteriormente, la mención del nombre “Eva Duarte” funcionaba como una desacreditación del cuerpo político de “Evita” en el cuento de Borges. En cambio, en la obra de Perlongher el nombre Eva Duarte consolida la materialización y el reconocimiento de “Evita”. 

Por lo tanto, encontramos en la obra de Perlongher la totalidad de los nombres mencionados a lo largo del trabajo. Resulta interesante destacar que, en cada caso, todos los nombres concluyen en el mismo lugar: el nombre “Evita”. Por lo que en Evita vive, el cuerpo físico, el cuerpo político y el uso de los nombres de Evita se manifiestan al mismo tiempo, como una entidad unívoca. Esto se refuerza si nos fijamos en las últimas palabras de la obra: “Por eso los nombres que doy acá son todos falsos”. De la misma manera en la que todos los nombres se manifiestan al mismo tiempo, desaparecen también al mismo tiempo, dejando solo un collar robado, manchitas de cáncer y una bicicleta para el hijo de un policía. Evita queda despojada de todos sus nombres y, sin embargo, su cuerpo político no se ve afectado. 

Conclusión 

Para concluir, podemos afirmar que, a partir del corpus trabajado, el uso de los nombres como recurso literario resulta sumamente relevante a la hora de establecer la figura de Evita. En primer lugar, notamos cómo el uso del nombre en torno a la figura de Evita complementa la conformación de la “estructura de sentimiento”. Sentimiento que se materializa en cómo los personajes de las obras perciben dichos nombres. De esta manera, se representa una cultura que logra evitar caer en la reducción que impone una “forma fija”. 

Por otro lado, el uso del nombre en relación a los dos cuerpos de Evita, el natural y el político, deja en claro que el cuerpo político de Evita, en la literatura, puede prescindir de cualquier tipo de nombre, sea despectivo o afectivo. Esto se debe a que en el uso del nombre, la literatura encuentra la forma de expresar lo que el cuerpo político de Evita representaba: la personificación de los ideales, valores y problemas de la clase obrera. Por este motivo, son los personajes que pertenecen a esta clase quienes reconocen a Evita aunque a nosotros, los lectores, no se nos ofrezca nombre alguno. De este modo, podemos notar cómo se configura un lenguaje propio en torno a la figura de Evita. Lenguaje propio que, en ocasiones, puede prescindir de palabras, de nombres, de sílabas, a la vez que también puede encontrar sumamente necesario su uso. “Evita” que es palabra, es nombre, es sílaba, es existencia cristalizada del “sentimiento” de un pueblo. 

Bibliografía 

Borges, Jorge Luis (1956): “El simulacro”. En El Hacedor. Buenos Aires.

Cross, Esther (2021): “Soy yo”. En Perón Vuelve. Buenos Aires: Tusquets Editores. 

Perlongher, Néstor (2021): “Evita vive”. En Perón Vuelve. Buenos Aires: Tusquets Editores. 

Rosano, Susana (2006): “Introducción”. En Rostros y máscaras de Eva Perón. Imaginario populista y representación. Rosario: Beatriz Viterbo. 

Sarlo, Beatriz (2003): La pasión y la excepción. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina. 

Soriano, Osvaldo (2021) “Gorilas”. En Perón Vuelve. Buenos Aires: Tusquets Editores.

Viñas, David (2000): “La señora muerta”. En Perón Vuelve. Buenos Aires: Tusquets Editores.