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Lucía Sordini

Una lectura feminista: Realismo y crítica social en Agnes Grey (1847) y The Tenant of Wildfell Hall (1848) de Anne Brontë

Instituto del Desarrollo Humano, UNGS

1. Introducción

En el campo de la literatura se suele relacionar a las hermanas Brontë con la ficción romántica, debido a la pasión e intensidad de la imaginación que impregnan las obras más reconocidas de las hermanas. Pero en el caso de Anne Brontë, ”neither her themes nor her characters are the products of a romantic imagination” (Villacañas, 1993, 189). El arte de Brontë es básicamente realista. En Agnes Grey, la autora ofrece un retrato de las familias inglesas adineradas de principios del siglo XIX, pretenciosas y vanidosas, con hijos crueles y mimados. Mientras que, en The Tenant of Wildfell Hall, se presentan experiencias muy desagradables e inimaginables de la naturaleza humana a través de la historia del desastroso matrimonio de una mujer inteligente y de principios con un hombre alcohólico y mujeriego, cuyo estándar moral es nulo. En este artículo, se contempla de qué manera los personajes de las novelas de Brontë tienen su equivalente en el mundo real, lo que resulta evidente con una presentación ”in their own words and apparently insignificant details of their behaviour” (Villacañas, 1993: 192). En definitiva, Brontë elige la observación por sobre la imaginación, y es de este modo en que muestra la genialidad del realismo. A partir de este género, la autora desafía las suposiciones tradicionales al entrar en debates que se consideran fuera de lugar, como su crítica de los parámetros femeninos y masculinos sostenidos en su época. Es así como el propósito de su narrativa es ”to instruct and motivate people to alter their actions”, un propósito que Brontë deja en claro desde el principio (Stolpa, 2003: 233). 

En este trabajo se realiza un breve recorrido por algunas de estas críticas sociales desde una perspectiva feminista.1 En primer término, se trabaja con las niñas y su crianza a partir de la concepción de la virtud femenina desde la modestia, la cual caracterizamos en contraste con la virtud masculina desde la fuerza de voluntad. En segundo término, abordamos la juventud femenina y la supresión del acto individual, del uso de facultades y de posibles fuerzas liberadoras a través de la privación del cultivo del intelecto. En tercer y último término, trabajamos con la adultez y cómo el matrimonio, más que una institución del amor, se identifica con la obtención de una alianza familiar y de ayuda económica, y que, por consiguiente, a las mujeres se les dificulta encontrar el verdadero afecto. 

2. Las implicaciones y consecuencias en el cultivo de la virtud de las niñeces

Anne Brontë realiza una crítica a la crianza de las niñas y los niños a partir de la concepción de la modestia como virtud de la mujer y de la fuerza de voluntad como la virtud de un hombre. Además, para la autora resulta relevante cómo éstas nociones acaban condicionando los comportamientos femeninos y masculinos en sociedad. 

Es habitual que, en la sociedad victoriana, los niños reciban una crianza excesivamente indulgente, a diferencia de las niñas, ”who are guarded and sheltered as if they were the most fragile beings in the world” (Villacañas, 1993: 194). A los niños se les permite, e incluso alienta, a perseguir y probar todas las cosas por su propia experiencia, mientras que las niñas ni siquiera deben beneficiarse de la experiencia de los demás. En The Tenant, Brontë hace notar su gran disgusto acerca de este doble estándar de crianza a través de su personaje femenino principal, Helen Graham. Para realizar esta crítica, la autora parte del argumento de Mr. Markham, quien sostiene que de ninguna manera hay que enseñarle a un niño a ”precipitarse en las trampas de la vida, o incluso a buscar premeditadamente la tentación con el pretexto de ejercitar la virtud de vencerla” (Brontë, 2009: 33), sino que se pretende armarlo y fortalecerlo frente a su adversario. Sin embargo, para Helen, aun si ese fuera verdaderamente el caso, es decir, si la virtud se pone al descubierto con la experiencia, todavía se piensa que las niñas no deben ser expuestas en lo absoluto a ella, ni a cualquier cosa relacionada. Debe ser, por lo tanto, que se cree que la naturaleza de las niñas les prohíbe enfrentarse y resistir la experiencia. Graham concluye denunciando que, para la sociedad victoriana, las niñas deben ”ser tierna y delicadamente alimentadas, como una planta de invernadero, enseñándoles a recurrir a los demás en busca de orientación y ayuda, y alejadas todo lo posible del conocimiento del mal” (33). Siguiendo este argumento, la experiencia de la más mínima mancha arruinaría a la niña, mientras que el carácter del niño sería fortalecido y embellecido.

Este doble estándar para la virtud es ”not only discriminatory, but extremely dangerous” (Villacañas, 1993: 194), pues en este las mujeres a menudo adoptan un sentido de acción restringido e inferioridad ante los niños y, en contraste, estos últimos adquieren superioridad e imposición de voluntad sobre las primeras. Por lo tanto, y en oposición a esta creencia, Brontë sostiene que ambos sexos se benefician de la experiencia propia y de la de los demás: nadie que enfrente al mundo desarmado frente a sus enemigos y sea ignorante de las trampas que se tienden a su paso, triunfará. No es adecuado vigilar y proteger a las niñas, ya que pueden acabar desprovistas de respeto por sí mismas y de seguridad, hasta el punto de perder el poder o la voluntad de cuidarse y protegerse ellas mismas. Por lo que afirma que, para que estas caminen honrosamente por el mundo, ”no debe intentar apartarle las piedras que se encuentre en el camino, sino enseñarle a caminar con firmeza por encima de ellas, no insistiendo en llevarle de la mano, sino dejándole que aprenda a ir sola” (31). 

Con respecto a los niños, en Agnes Grey, Agnes se lamenta de la imposibilidad de la corrección del pequeño Tom Bloomfield, criticando lo poco razonables que suelen ser sus padres, y hasta llegando a pensar en que tal vez sus ideas estén un tanto equivocadas o que son incapaces de poner en práctica, debido a que sus mejores intenciones y esfuerzos más energéticos ”no parecían producir mejores efectos que la diversión de los niños, la insatisfacción de sus padres y un tormento” para ella (Brontë, 2005: 119). Pero tanto Agnes como Helen comparten la convicción de que si logran ”seguir luchando con firmeza e integridad incansable, con el tiempo los niños se tornan más humanos” (155), pues día a día contribuyen a hacerles un poco más sensatos y, en consecuencia, más manejables. Sin embargo, la desaparición del doble estándar de crianza no puede estar más alejado de las posibilidades que la realidad le ofrece. Pues, para Brontë ni siquiera la persuasión más refinada puede reformar los comportamientos de los niños y las niñas.

Por lo regular, en la sociedad victoriana, las niñas son consideradas como seres frágiles a quienes determinados conocimientos y experiencias le están negadas, de modo que sus vidas y sus causas son objetos que dependen de otros agentes que las dirigen y deciden por ellas. Mientras que los niños crecen para convertirse en lo que llaman ”un hombre del mundo”, uno que ”sabe lo que es la vida”, que se jacta de su experiencia (Brontë, 2009: 34) y que, aun si la ha de aprovechar de tal manera que finalmente se convierte en un miembro útil y respetado de la sociedad, no es más que un tirano que se beneficia a costa de las mujeres. 

3. El cultivo intelectual y las “atribuciones de los sexos”

Brontë vincula la juventud femenina a la supresión del acto individual, al uso de facultades y a posibles fuerzas liberadoras a través de la privación del cultivo del intelecto; a diferencia de los muchachos, cuya juventud se centra en el cultivo no sólo del éxito académico, sino también de conductas prepotentes asociadas al libertinaje y la malicia, es decir, en la propagación de actitudes y acciones masculinas propias del ”mundo de los hombres”. 

Durante su juventud, normalmente las muchachas parecen estar en un constante estado de ansiedad por adquirir cierta cantidad de ”atractivos superficiales y destrezas ostentosas” (Brontë, 2005: 153), pero lo suficientemente moderadas como para no causar molestias o fastidios al adquirirlas, y en consonancia, sus estudios las ”divierten y complacen, instruyen, refinan y pupilan, esperando el mínimo esfuerzo por su parte” (ídem). Mientras que, si bien para los muchachos se pretendía más o menos lo mismo, en vez de destrezas se debía ”llenarles la cabeza” todo lo que posible con materiales académicos prestigiosos que los preparasen para la universidad (152).

Para Brontë, las madres, parcialmente conscientes de las deficiencias académicas de sus hijas, se inclinan al fomento de sus gustos y alimentan su latente vanidad por medio de ”hábil e insinuante adulación”. En Agnes Grey, Agnes observa cómo la joven Rosalie Murray comienza a dar paso a la pasión predominante hasta quedar ”engullida por la ambición absorbente de atraer y deslumbrar al sexo contrario” (156), cuando ella se encarga de instruir que considerase ”polvo en comparación con el cultivo de la mente y el espíritu” (129). De este modo, Agnes deduce que las mentes de las jóvenes a quienes instruye carecen de cultivo alguno; ”sus intelectos son, como mucho, bastante escasos” (155) y, si es que existe el más mínimo despertar del cultivo de sus facultades, se las induce a las habilidades más vistosas, donde todo lo relevante al mundo intelectual parece estar relegado a un segundo término, menos los idiomas, la danza, el canto, la pintura y la costura (ídem). Pero Brontë señala que las madres no son las únicas, sino que los padres también son conscientes de sus muchachos, aunque, en lugar de ver sus deficiencias como poco masculinas, los padres lo perciben ”as a necessary step to manhood” (Pike, 2012: 113). En The Tenant, sujetos a la influencia debilitante del libertino mundo de los hombres, los comportamientos de los jóvenes no sólo son avalados por sus padres, sino que además los alientan a ser partícipes de actividades como clubes de caballeros, beber, cazar y apostar. En una ocasión, Agnes comenta que John, el hijo mayor de la familia Murray, ”might have been a decent lad, if he had been properly educated”; pero es un joven que, en el mejor de los casos, ”will become swearing and blaspheming squires like their father” (Pike, 2012: 116). El segundo hijo, Charles, aunque físicamente más frágil que su hermano, también es descrito de manera más inquietante por tener ”a malicious wantonness”. En oposición, Agnes desea que la generación más joven cultive la sobriedad, la moral y las actividades intelectualmente estimulantes, argumentando que la verdadera hombría consiste en cultivar “a compassionate feeling toward creatures that are helpless”, para finalmente ser “genuinely courteous and charitable” (Pike, 2012: 113). 

Brontë concluye en que la sociedad victoriana normalmente se cría a las jóvenes como seres irracionales e intelectualmente huecos, cuya existencia se reduce por el bien de la belleza y la procreación, mientras que los muchachos están encaminados hacia el éxito en el aprendizaje laborioso o la reflexión dolorosa en la academia, con la finalidad de alcanzar reconocimiento en el mundo de los hombres, a pesar de carecer de instrucción moral alguna respecto a lo que sería la verdadera masculinidad -siendo explicada a través de atributos como fuerte, poco sensible y ocupado en las tareas de la esfera pública-. 

4. La libertad femenina y el desafío a las atribuciones de su sexo

Brontë denuncia que es habitual que las jóvenes no desarrollen el intelecto o la pretensión de aprender porque de otro modo su conducta es tachada de intolerable por estar invadiendo un terreno que no le corresponde. En Agnes Grey, ante las escasas posibilidades educativas al alcance de la joven Agnes, para intentar labrarse un futuro por sí misma y desarrollar sus facultades es necesaria una liberación de las restricciones del hogar. Este es el punto de partida para una realización integral como persona. Para Agnes, esta liberación supone actuar por sí misma, ejercitar sus ”facultades aún sin utilizar”, poner a prueba sus ”fuerzas desconocidas” (Brontë, 2005: 87). En efecto, si por lo regular las jóvenes adolecen de falta de preparación, no es debido a limitaciones por su condición como tales, sino a ‘la imposibilidad de acceso a dicha preparación” (Carmona y del Mar, 2011: 107); y aquellas que son conscientes de su situación y luchan por mejorarla, saben que su camino implica acción y voluntad. 

Para Brontë la educación es la clave para la liberación de la mujer porque, puesto que las jóvenes no tienen cualidades innatas, todo lo que son es inculcado a través del hábito o la educación. La ”educación más perfecta”, como postulara Mary Wollstonecraft, es aquella que permite a las jóvenes adquirir hábitos de virtud que las vuelvan independientes (Wollstonecraft, 1999: 86). Pero para que las jóvenes se vuelvan virtuosas, deben tener la libertad de hacer uso de sus facultades sin coacción externa. Debido a que la virtud sólo puede ser alcanzada por aquellos que disfrutan de la libertad, y la mayoría de los hombres son los únicos que preservan su libertad intacta, por lo tanto, la virtud sólo puede ser alcanzada por ellos. De esta manera, en tanto la libertad es vivir según los propios términos, naturalmente, las jóvenes están sujetas a la esclavitud por vivir a merced de otro. Es la falta de libertad la que también implica falta de virtud, ya que el servilismo degrada y corrompe el carácter (Wollstonecraft, 1999: 141). 

5. El matrimonio como medio de legitimación para el encadenamiento femenino y la reafirmación de la autoridad masculina

Para el momento en que Brontë escribe, por lo común, las mujeres, en particular las de estamentos medios, deben casarse por interés. Debido a la dificultad, y hasta la imposibilidad de una realización personal por sus propios medios, la mayoría de ellas dependen, a nivel económico, de los hombres. Es de esta manera que el matrimonio más que una institución del amor, se identifica con un ”evidente deber” y una ”obligación moral” destinado a proporcionar a la mujer una renta lo más alta posible. Es más, si hubiera posibilidad para el amor, este podría coincidir con un ”servicio al hombre” (Carmona y del Mar, 2011: 70). Dadas las circunstancias, en la sociedad victoriana, ciertos esfuerzos femeninos se concentran en ”conseguir un buen partido” y, para asegurarse la ”buena opinión de un hombre”, basta con ser físicamente joven y bonita (Carmona y del Mar, 2011:  68). Estas mujeres quieren atraer y cautivar a los hombres pero, además, saben que es ”extremadamente importante” hacerlo. En Agnes Grey, la protagonista vuelve a señalar la banalidad de Rosalie, cuando la joven expresa que ni siquiera ”las bellezas más trascendentales” están a la altura de su atractivo, puesto que ningún caballero podía echarle la vista encima ”sin enamorarse en el acto” (Brontë, 2005: 171). Sin embargo, en The Tenant, se menciona que la belleza es una cualidad que, generalmente, ”atrae más a la peor clase de hombres; y por lo tanto, es probable que le cause bastantes problemas a su poseedora” (137). Por lo que, la mujer debe recibir cada atención con ”frialdad y desapasionamiento”, y hacer oídos sordos a la fascinación del halago, pues estos no son más que trampas y tentaciones ”para inducir a una atolondrada a que se precipite a su propia destrucción” (ídem). 

En la novela, Helen es advertida por su tía acerca de que el matrimonio no es un asunto con el que se pueda bromear, pues es ”una cosa seria” (ídem). Su tía está convencida de que, si bien el matrimonio puede hacer que la situación de una mujer mejore, es mucho más probable el resultado contrario. Continúa: ”podrías condenarte a la esclavitud para siempre, si te casas con un hombre que no te guste. Si tu madre y tu hermano son insoportables puedes abandonarlos, pero no olvides que estarás encadenada a tu marido para siempre” (385). Naturalmente, estas mujeres exigen que que bajo ningún concepto, o por los argumentos de nadie, una mujer deba casarse por dinero, o por rango, o cualquier otra razón mundana que no sea ”el verdadero afecto” y ”la estima bien fundada” (291). Sin embargo, cuando se aconseja no casarse sin amor, no se aconseja casarse sólo por amor, porque hay muchas otras cosas que deben considerarse. De este modo, se sugiere que las mujeres sean sensatas y prudentes desde el comienzo, y que no permitan que su corazón ”lo robe la primera persona atolondrada o sin principios que lo ambicione” (136). Pues, sería una tragedia si una mujer se casara con el hombre más guapo, más elegante y superficialmente agradable del mundo, para después, descubrir que es un ”réprobo indigno, o incluso un idiota sin remedio” (137). En efecto, los principios son lo primero; luego está la sensatez, la respetabilidad y, ciertamente, una fortuna moderada. 

Brontë señala que la situación de los hombres es completamente diferente. Para ellos, el matrimonio, en general, es una mera cuestión de finanzas y alianza familiar. Bajo ninguna circunstancia, ciertos hombres renuncian al privilegio masculino de libertad de la que disfrutan sin moderación, no mientras contraigan matrimonio con una mujer dócil. En The Tenant, Arthur Huntingdon envidia a su amigo Hattersley, por poder divertirse como quiere, al estilo normal de los solteros, sin que su esposa ”se queje de abandono”; poder volver a casa a cualquier hora de la noche o de la mañana, o no volver; estar sombrío, sereno o ”gloriosamente borracho”; poder hacer el loco o el tonto, según le apetece, ”sin temor a que le molesten”. Para Arthur, la esposa de Hattersley es ”todo un modelo para su sexo” (266). De este modo, la ”buena opinión de un hombre” no sólo se reduce a la belleza, sino también ”los comportamientos de acuerdo con lo que ellos esperan de las mujeres” (Carmona y del Mar, 2011: 68). Helen tiene la impresión de que Arthur la considera como ”un valioso objeto del que está orgulloso” (223), pero se da cuenta de lo costosa de esta satisfacción: para complacerle, tiene que contrariar ”sus gustos más queridos, sus principios arraigados”; y esforzarse constantemente por ”satisfacer sus atrevidas aspiraciones y hacer honor a su elección” en su conducta y proceder generales (ídem). Sin embargo, en Agnes Grey, se destaca que algunas mujeres de la sociedad victoriana están convencidas de poder reformar a los disolutos maridos, ”todo el mundo sabe que los bribones reformados se convierten en los mejores maridos” (Brontë, 2005: 223). En otras palabras, estas mujeres están decididas a excusar los errores, a estar continuamente insistiendo en ellos y esforzarse por paliar el más disoluto de sus principios, o la peor de sus costumbres, hasta ”familiarizarse con el vicio y convertirse en un cómplice de sus pecados” (Brontë, 2009:   270). A fin de cuentas, cosas que al principio les impresionan y repugnan, luego les parecen naturales. Porque, por lo regular, aunque el hombre esté casado, por la misma razón de inferioridad de parte de su esposa por la que le exige el sacrificio de sus placeres a los suyos, no se considera en modo alguno obligado a corresponder a ese sacrificio; o, en aras de satisfacer sus sentimientos, para poner freno a sus propias indulgencias. 

6. Reflexiones finales

En Agnes Grey y The Tenant of Wildfell Hall, Anne Brontë ofrece una fiel descripción de la realidad de su época desde una mirada inconformista e, incluso, revolucionaria. No es en absoluto una escritora de historias de amor alejadas de la realidad de su época, como pueden asumir algunos lectores modernos; sino que es la creadora de obras que plantean serias cuestiones, como la exposición y particular reivindicación del papel de la mujer dentro del mundo, señalando tanto los fenómenos del mundo exterior como del mundo interior en el que se incluyen pensamientos, sentimientos y percepciones. 

Las obras de Anne Brontë realizan una crítica respecto a cómo muchas mujeres victorianas han sido castigadas debido a su sexo y sometidas a un papel perpetuo desde el nacimiento. Pues la concepción de la virtud femenina como aquella que está delimitada por la modestia sostiene una marcada línea de conducta y la actitud moralizante que prevalece en la crianza de las pequeñas niñas. Luego, plantean cómo las jóvenes están sujetas a la adquisición de atractivos superficiales y destrezas ostentosas, y de estudios carentes de cultivo intelectual. Todas reducciones que devienen de visiones limitadas de su sexo como, por ejemplo, predisposiciones de debilidad intelectual. A pesar de que el cultivo del intelecto puede liberarlas de tal situación, y que a medida que pasan los años, un número creciente de jóvenes reivindican nuevos ámbitos o posibilidades para las mujeres, no todas tienen el interés o, yendo más allá, ni siquiera presentan la fuerza necesaria para intentar escapar al papel tradicionalmente femenino. Por último, reflexionan cómo las mujeres están acostumbradas a ver el matrimonio como una necesidad y no se plantean el hecho de sentirse enamoradas. Es más, el amor se identifica con servicio al hombre, de lo cual se infiere que el papel de la esposa está en función de los dictados y gustos del esposo. De este modo, las mujeres son restringidas y presionadas, lo que da lugar a toda una simbología de ”confinamiento” y ”ansias de liberación”. 


La autora es estudiante del Profesorado Universitario de Educación Superior en Lengua y Literatura, Universidad Nacional General Sarmiento

Nota

1 Cabe destacar que se realiza una visión binaria entre varones y mujeres porque en las obras literarias aparecen de esta forma. Nos gustaría en próximos trabajos poder destacar las diversidades sexogenéricas

Bibliografía primaria

Brontë, A. (2005). Agnes Grey. Madrid: Alianza.

Brontë, A. (2009). The tenant of wildfell hall. Peterborough: Broadview Press.

Bibliografía crítica

Carmona, R., & del Mar, M. (2011). La novela como vehículo de exposición y reivindicación del papel de la mujer. Madrid: Alfar.

Pike, J. E. (2012). “Breeching Boys: Milksops, Men’s Clubs and the Modelling of Masculinity in Anne Brontë’s Agnes Grey and The Tenant of Wildfell Hall”, en Brontë Studies, 37(2), 112-124. 

Stolpa, J. M. (2003). “Preaching to the Clergy: Anne Bronte’s Agnes Grey as a Treatise on Sermon Style and Delivery”, en Victorian Literature and Culture, 31(1), 225-240. 

Villacañas Palomo, B. (1993). “Anne Brontë: the triumph of realism over subjectivity”, en Revista alicantina de estudios ingleses, No. 06 (Nov. 1993); pp. 189-199.

Wollstonecraft, M. (1999). A vindication of the rights of men; A vindication of the rights of women; An historical and moral view of the French Revolution. Oxford: Oxford Paperbacks.