Victoria Rico
Cavendish, una vida a contracorriente
Instituto del Desarrollo Humano, UNGS
Durante los últimos años, la obra y la figura de Margaret Lucas Cavendish han obtenido poco a poco un lugar de mayor relevancia en ámbitos literarios y culturales. Ya sea por su obra poética o su pensamiento filosófico, cuando se hace referencia a ella no puede dejarse de lado que se trata de una mujer que logró alzar su voz en una época y un contexto sumamente hostil.
Cavendish nació en Inglaterra en 1623. Hija de una pudiente familia aristocrática, durante su infancia sufrió la muerte de su padre, Thomas Lucas. En aquellos tiempos, la figura paterna era la única fuente de ingresos familiar, por lo que su madre, Elizabeth Leighton, tuvo la difícil tarea de criar a Margaret y sus ocho hermanos y a la vez mantener su alto status social. Pese a estas dificultades, si bien no tuvo una educación formal, Cavendish pudo acceder a tutores que le enseñaron no solo a leer y a escribir, sino también disciplinas habituales para las mujeres de su clase como canto, danza y música. Ni la filosofía ni los idiomas ni las ciencias formaban parte de sus clases, pero aun así comenzó a familiarizarse con ellas gracias a las charlas con su hermano John, quien sí tuvo una enseñanza formal.
Es relevante recordar que si bien en siglos anteriores varios filósofos e intelectuales humanistas habían resaltado la importancia de la educación de las mujeres, estos postulados estaban ligados a ciertos criterios éticos y morales que se debían seguir. Las propuestas del pedagogo y filósofo español Juan Luis Vives pueden servir de ejemplo. Durante los primeros años del siglo XVI, Vives se enfrentó a quienes veían a la mujer como un ser inferior que no podía (ni debía) recibir una educación formal ni de ningún otro tipo. Para el español, las pocas mujeres que habían podido estudiar habían mostrado su capacidad para aprender, lo que demostraba que tenían la preparación intelectual para hacerlo. Para Vives, era necesario que las mujeres pudieran educarse. Sin embargo, la enseñanza de las ciencias no debía tener como objetivo la búsqueda de conocimiento por sí mismo o la independencia femenina, sino que debía hacerse para preservar su “virtud” y alejarla de pensamientos considerados pecaminosos.
Desde el siglo XVI en adelante, fueron varias las mujeres que formaron parte del debate sobre su inclusión en el sistema educativo. Estas mujeres encontraron en su exigencia de un libre acceso al conocimiento la causa perfecta para revalorizar su lugar en la sociedad. No obstante, quienes lograron su cometido fueron la excepción ya que debieron hacerlo bajo el riesgo de ser señaladas o juzgadas. La educación femenina con base en las ciencias no fue admitida en ningún estado, aunque con el tiempo sí se permitió que las mujeres de clase acomodada, como el caso de Cavendish, aprendieran a leer, a escribir y también otras artes “femeninas”.
Durante el siglo XVII se hizo evidente el lugar que la sociedad le asignaba a la mujer: su vida debía reducirse al hogar, al ámbito de lo privado. Por el contrario, el hombre debía ejercer su influencia en la vida pública, ser parte de las discusiones sobre la política, la sociedad y, por supuesto, la ciencia. De este modo, toda mujer que tuviera intereses relacionados con el conocimiento debía hacerle frente a numerosos obstáculos.
A pesar de estas restricciones, Cavendish supo formarse por su cuenta. 1645 fue un año crucial para ella ya que debió partir al exilio junto con la reina consorte Henrieta María, de quien era dama de compañía. Aquellos eran años de convulsión en Inglaterra ya que en 1642 había comenzado la guerra civil que enfrentaba a los partidarios del rey Carlos I contra el grupo liderado por Oliver Cronwell, quien buscaba otorgarle mayor poder al parlamento. Ante el aumento de la tensión y el riesgo cada vez mayor que corría Henrieta, ella y su corte partieron rumbo a París. Aquella ciudad fue el lugar donde Margaret conoció a su futuro marido, el marqués de Newcastle, William Cavendish. El tiempo que pasó allí le permitió conocer a reconocidos filósofos ingleses (como Thomas Hobbes) que también se habían exiliado, sin embargo su carácter tímido le impidió establecer un trato fluido.
En esos años, su producción no cesó. Desde pequeña, Cavendish se dedicó a escribir sus pensamientos y observaciones del mundo que la rodeaba. Su trabajo fue diverso: cultivó la poesía, el ensayo, el teatro, la crítica literaria y la reflexión filosófica sobre diferentes ciencias, en especial las de la naturaleza. Lo que la destaca por encima de otras mujeres de su época, que también publicaban sus escritos, es que Cavendish logró publicar seis libros completos sobre filosofía natural. Ser tan prolífica le valió la crítica constante e incluso un apodo hiriente: Mad Madge. Nada de esto consiguió detenerla.
Su obra completa es imposible de clasificar. En una época donde el mundo se volvía cada vez más racionalista, su trabajo se desarrolla en los límites de la literatura, de la ciencia, de la ficción, de la subjetividad filosófica. Tal vez por estar alejada de los ámbitos académicos más estrictos, se permitía usar sus propios criterios, su propio pensamiento especulativo para analizar los conceptos e ideas que escuchaba o que llegaban a sus manos mediante libros. Cavendish se permitió ir contra las corrientes de pensamiento de su época y quizás en eso radique el valor de su obra y su figura. Que una mujer no tuviera miedo de expresar sus ideas y que además publicara su trabajo en la Inglaterra del siglo XVII rebela un espíritu libre y apasionado por el conocimiento.
Si bien en la época actual las mujeres se han ganado por derecho propio un lugar destacado en el ámbito de las ciencias, todavía existen terrenos hostiles y personas que buscan impedir el desarrollo pleno de sus capacidades. En ese sentido, el redescubrimiento de la obra de Cavendish es importante tanto por el valor de sus ideas como por ser, a la vez, un reconocimiento a una de las pioneras que marcaron el camino en la búsqueda de igualdad de oportunidades para las mujeres de ciencia.
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