Presiona ENTER para ver los resultados o ESC para cancelar.

Juguetes perdidos: “Hay que pararse de manos”

Instituto del Desarrollo Humano – UNGS

Juguetes Perdidos
Alberto Sarlo
2016
Editorial Cuenteros, Verseros y Poetas

Los menores confinados en establecimientos penitenciarios recibirán los cuidados, la protección y toda la asistencia necesaria –social, educacional, profesional, sicológica, médica y física– que puedan requerir debido a su edad, sexo y personalidad y en interés de su desarrollo sano. (Reglas mínimas de las Naciones Unidas para la administración de justicia de menores/ Reglas de Beijing, 1985)

En el pabellón nº 4 de la Unidad de máxima seguridad nº 23 de Florencio Varela, funciona una editorial y cooperativa cartonera: Cuenteros, verseros y poetas. El proyecto, ideado y dirigido por el abogado platense Alberto Sarlo, cuenta con la participación de los 56 internos del pabellón en talleres de alfabetización, literatura, filosofía, dibujo, música y boxeo. En esos encuentros aprenden, piensan, reflexionan y escriben: poesía, cuentos infantiles, cuentos filosóficos, relatos testimoniales y un largo etcétera.  También participan en la edición, corrección, ilustración, impresión y armado de los libros, que se regalan en comedores y escuelas de barrios carenciados de la provincia y, además, se difunden gratuitamente en formato digital.

En ese marco nació la antología Juguetes perdidos (2016), que reúne relatos testimoniales de ocho escritores del pabellón 4. Carlos Mena, Fabián Miculán, Jorge Rivas Barrios, Javier Ayala, Ezequiel de Jesús Ramírez, Guillermo Quiroga Rojas, Natalio Damián Aguilar y Oscar Omar Gaudio Monier recuerdan, interpretan y escriben la violencia que sufrieron en comisarías e institutos de menores. Como en ese pasado evocado, privados de su libertad, pero desde la adultez, con la experiencia de años de encierro y deshumanización y el trabajo en los talleres de Cuenteros, verseros y poetas, los autores piensan, hacen consciente y desnaturalizan el maltrato y el odio institucional. A los lectores nos hace pensar, como mínimo, en las concepciones sociales y penales sobre la infancia y el delito.

Si bien su escritura actúa en varios aspectos y con distintos resultados, Juguetes perdidos es principalmente un libro de testimonio y denuncia. En ese sentido, la intención de la antología es la de dar a conocer las situaciones denigrantes que vivieron los escritores del pabellón 4 en instituciones de menores. Aun así, la coexistencia entre la denuncia del horror y el trabajo con la lengua y los recursos literarios y narrativos logra que estos textos que exponen las peores acciones del ser humano sean bellos artísticamente. La incorporación de diálogos y descripciones contribuye a darle a los relatos autenticidad y vividez. Por eso, no es difícil para el lector ver, escuchar y hasta oler lo que está leyendo. En algunos pasajes, encontramos cierta simbología en la representación del horror de lo real: “Cuando le pregunté al hombre (…) dónde quedaba lo que sería mi nueva casa (…) él me respondió: –¿ves las gotitas de sangre?, –sí-dije. –Bueno… agachen las cabecitas y vayan siguiendo el caminito.” (Carlos Mena).

El destinatario de Juguetes perdidos es un Otro, eso queda claro en el glosario que figura como anexo en el libro: los autores se cuentan a sí mismos y se dirigen a un Otro. Allí se definen varios términos que presumiblemente no conozca el lector. Hay uno que se repite en todos: “pararse de manos” (“defenderse”, “pelear”).  En algunos casos, la frase se revela como sugerencia: “tenés que pararte de manos”, y otras como logro o advertencia: “me re paré de manos”, “me voy a parar de manos”. Es interesante porque la expresión no es privativa de los contextos de encierro, pero sí adquiere allí una significación más límite: implica una pelea física, con armas caseras o con piñas (en el mejor de los casos). Para un pibe detenido, la consecuencia de no pararse de manos es el sometimiento a una relación de esclavitud por parte de otro con más poder. Todo esto ocurre en cada traslado (de comisaría a institución, de pabellón a pabellón, etcétera) bajo la responsabilidad del personal a cargo de cuidarlos. Funciona como una especie de ritual de iniciación y está totalmente naturalizado dentro de las comisarías e instituciones de menores.

Los ocho escritores lograron recuperar, desnaturalizar y relatar convincentemente ese momento en el que todavía les era ajeno estar encerrados y tener que pararse de manos para sobrevivir. Por ejemplo, escribe Jorge Rivas Barrios:

 Los días iban pasando e ingresaban pibes, algunos por robo y otros por andar drogados por la calle. Para los pibes eran todos iguales, a todos les daban una bienvenida para nada agradable. Algunos se paraban de manos hasta más no poder y se ganaban su lugar, el resto no aguantaba más de un round y terminaban en el piletón lavando ropa y despojados de todas sus pertenencias. Otros la pasaban peor y terminaban siendo violados por los cobanis para terminar de novias de algunos chicos malos. Ese era el destino de los gatos. 

Si tenemos en cuenta que la narración de la marginalidad que se difunde masivamente y contribuye a construir sentido común está a cargo de los sectores hegemónicos de la población, Juguetes perdidos tiene una significación mayor, ya que amplía y complejiza una mirada generalmente sesgada. Es un libro muy triste, muy duro y muy bello. Todxs deberíamos leerlo y difundirlo.