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Hace siglos la luz es siempre nueva: el futuro de los libros

Instituto del Desarrollo Humano – UNGS

Resonancia conurbana en el 25 Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura

El escritor colombiano William Ospina, ganador en 2009 del premio Rómulo Gallegos por su novela El país de la canela –que forma parte de una trilogía sobre la conquista de la parte norte de Sudamérica–, estuvo a cargo de la conferencia de cierre de esta edición del Foro, a la que tituló “El fuego y el olvido”. Allí trazó un recorrido por diferentes momentos de la historia de la humanidad en los que la existencia de los libros estuvo en peligro o en los que se creyó en su pronta desaparición, a tono con el clima apocalíptico generado por la pandemia. Sin embargo, Ospina dibuja un futuro esperanzador para los libros y la lectura: 

Hace algunos años, visité la Biblioteca de Alejandría. Varias veces el fuego intentó consumirla, pero los libros son tercos, la memoria humana es persistente y la gran biblioteca junto al mar –un edificio luminoso y fantástico, en cuya fachada hay letras de todos los alfabetos del mundo– se alza como una promesa de que los libros sobrevivirán a los incendios, a las pandemias y a las edades. Menciono las pandemias solo de un modo ritual, porque en realidad las pandemias no se cuentan entre los grandes enemigos de los libros. Al contrario, en tiempos de peste la humanidad ha necesitado más que en otros eso que llamaba Harold Bloom “el bálsamo de una narración profunda¨. 

Para concluir también nuestro recorrido por el 25 Foro por el Fomento del Libro y la Lectura, compartimos algunos pasajes especiales de la conferencia de William Ospina: 

Los libros están con nosotros desde el comienzo de la cultura y nos acompañarán hasta el final. Si cuando llega un libro a nuestras manos podemos leerlo y entenderlo, es porque toda esa materia que nos entrega ya estaba en nosotros, aunque no lo sabíamos. Si no tenemos que ir al diccionario para descifrar Cien años de soledad o Los tres mosqueteros, es porque la materia que los constituye es patrimonio común de todos los que hablan la lengua. El lenguaje es un asombroso arte combinatorio y la literatura es un ejercicio de colaboración entre los más geniales creadores que son las multitudes que inventaron y pulieron las lenguas y los artistas que recogen o inventan las obras literarias. 

Tendemos a pensar que los libros son solo estos hermosos y admirables objetos de papel hechos de planos superpuestos recubiertos de letras impresas, pero durante mucho tiempo los libros fueron otra cosa. Cuando Homero creó La Ilíada y La Odisea, los libros se guardaban en la memoria de unos personajes, los rapsodas, y se transmitían oralmente en ceremonias colectivas. Leer era escuchar a un recitador o a un cantor. Ahora olvidamos eso y pensamos que si alguien no tiene un libro impreso en las manos no lee, pero las cosas son más complejas. Tal vez a esos griegos les habría costado entender que un libro pueda leerse en silencio y a solas. 

Desde cuando nacieron las lenguas, la humanidad se ejercitó en el arte de recoger historias o de inventarlas, para guardar la experiencia de cada día, o para enfrentar y dominar a los monstruos de la noche o de la mente. 

Cada uno de nosotros lleva un libro en la memoria. En algunos será un modesto conjunto de fragmentos, en otros puede ser toda una biblioteca. Recuerdo unos versos de Ezequiel Martínez Estrada, que hablan de sí mismo como de un libro: “De mi padre heredé su carácter austero/ su estatura mediana y su sed de aventuras./De mi madre, un volumen de versos y figuras/forrado con mi cuero.”. 

Hay algo en lo que se parecen el arte y la naturaleza, y es en que ambos son inagotables: siempre tienen algo más que decir. Como escribe el poeta Aurelio Arturo: “Hace siglos la luz es siempre nueva”. Y eso podemos decir de los grandes libros: son nuevos cada vez, dialogan con la actualidad y con la memoria. Leerlos es leer lo que somos, y por antiguos que sean, aluden asombrosamente al presente.