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Milagro Sala: la urgencia y la espera

Instituto del Desarrollo Humano, UNGS

I

La mañana del sábado 8 de febrero mi compañero y yo visitamos a Milagro Sala en su prisión domiciliaria del barrio de Cuyaya. Recorrimos las rutas 52 y 9, que conectan Purmamarca con San Salvador, adentro de una nube. Una pantalla blanca de niebla y de agua, los cerros en eclipse y los cinco metros de asfalto delante del auto –apenas el siguiente paso– lo único visible. Siempre lo único visible es el siguiente paso, el urgente. Eso lo sabe Milagro. Nos llevó la impaciencia por llegar y llegamos. En Cuyaya volvieron los contornos, el cielo todavía blanco. 

En la vereda, unos policías de civil nos pidieron los nombres y los documentos con amabilidad y sin ganas. Después nos invitaron a pasar por la puerta siempre abierta –para los que venimos de afuera y no esperamos, del otro lado, ante la ley. Adentro coincidimos con dos investigadores de la obra de Rodolfo Kusch y dos referentes de La Cámpora llegados de Maimará, donde funciona la Biblioteca Kusch de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). También con una pareja de collas que venían de algún lado al que no iban a volver porque llevaban un equipaje precario que apoyaron en el suelo, a un costado.

Nos recibió Raúl Noro, el marido blanco de Milagro, y durante ese rato y después, nosotros, los blancos, hablamos mucho y con nuestras palabras aprendidas en las reuniones de militancia, en las facultades de Filosofía y Letras y Sociales, en los libros que leemos, en las radios que escuchamos. Hablamos, apurados por decir, de la prisión política y de las expectativas que generaba el cambio de gobierno, de las inquietudes y de los tiempos –de la justicia, de la política, de cada cual–, de la esperanza y de la espera. 

Foto de Guadalupe Marando

Después llegó Milagro como si no llegara, indiferente a su dimensión. Primero hizo lo urgente: cuidar el equipaje frágil de los compañeros collas de la amenaza del perro. Que mejor sacaran las cosas de ahí, que “el hijo” –el perro, un caniche– ya había arruinado otras pertenencias en ese territorio hipervisitado, cerrado para ella, abierto para el mundo y difícil para el perro de delimitar como propio. Segundo, lo necesario: nombrar en voz alta y explicarnos la sabiduría del silencio de los dos collas antes de que empezaran a no hablar durante toda la mañana. Tercero, lo inesperado: ofrecerles a ellos, los de “su color”, pasar la noche en su casa para escucharlos en el tiempo en que sabía que iban a llegar las voces. Durante la conversación que siguió, Milagro hizo varias veces un alto entre las nuestras, excesivas, para enseñarnos lo justo y lo necesario de esas otras palabras de la noche que no llegaríamos a escuchar los que nos fuimos al mediodía. “Hablamos de más” (el investigador de Kusch); “hay mucho para hablar” (el colla) –pero después. Para eso Milagro podía esperar. 

Reconocer al otro en sus modos particulares de ser y ampararlo en sus derechos, eso es lo justo; pero si la postergación es la naturaleza, la realización asume la violencia de lo inesperado. Cuando la organización social Túpac Amaru dirigida por Milagro convirtió el derecho a la vivienda en casas para los jujeños que los cooperativistas construían mejor, más rápido y a un costo menor que las empresas contratistas, fue lo inesperado, además de un problema. Esa prueba, la de que era posible responder a las necesidades, los derechos y los deseos con la inmediatez que amerita su urgencia, convirtió a Milagro y su organización en indeseables. Había que borrar la prueba, y entonces: encarcelar a Milagro, hacer de sus colaboradores denunciantes o denunciados, debilitar la organización, destruir o descuidar los espacios inventados, o conservarlos y convertirlos en las versiones oficiales y despotenciadas de lo que habían sido.

Foto de Guadalupe Marando

Después del encuentro con Milagro visitamos el barrio de la Túpac en Alto Comedero, ya azul el cielo. En el parque acuático, vacío en el mediodía radiante de un sábado caluroso, vimos una única pileta con agua. La principal, enorme, está seca y abandonada. La réplica del templo de Kalasasaya construida detrás del parque, que en 2013 reunió a más de mil quinientos integrantes de pueblos originarios para la celebración del Inti Raymi, hoy parece una ruina preincaica, solo que de este siglo. En la bloquera del barrio, que en 2015 produjo más de dos millones y medio de bloques, además de bachas y pilares, y que luego fue cerrada, el gobierno provincial puso un cartel que dice: “Jujuy asiste y reactiva”. No sé cuál es su situación actual, pero es probable que se parezca a la de otros emprendimientos productivos de la organización, como las cooperativas textiles: la única que no cerró redujo su planta, bajó a la mitad el salario de los obreros e informalizó sus vínculos laborales. 

Entre la mera asistencia y el amparo del reconocimiento, el abismo. Igual distancia entre durar y arder. 

II

Milagro habla rápido. Se mueve rápido. En su casa conversa con nosotros y por teléfono. Se para y camina. Calienta el agua para el mate. Está atenta a mucho a la vez. Imposible saber a cuánto. Siempre me sorprendió y me conmovió esa velocidad en el hablar, como si le fuera a faltar el tiempo. Después de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) habíamos ido a escuchar a Liliana Herrero, que presentaba su espectáculo “Canción sobre canción” –intervenciones sobre temas de Fito Páez– en un teatro de Avellaneda. El encuentro empezaba y terminaba con una versión “reggae” de Dark Latin Groove (D.L.G.), que a su vez empezaba y terminaba con un audio de Milagro que nos conmovió dos veces a todos, hasta llorar. Y era eso: no solamente su voz –en la que escuchábamos la injusticia de cuatro años y nuestra ilusión de que terminara– superpuesta a una música, sino también una velocidad superpuesta a otra. La misma velocidad que encontré en los relatos de los modos de resolver y de actuar de Milagro: el apuro entre la falta y la respuesta; el conflicto, la asamblea y la decisión; la oportunidad y el resultado; la necesidad y el derecho. “Milagro manejó el poder como verbo. El poder hacer. La praxis”, describió Nando Acosta, dirigente de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y compañero de militancia. No el poder para la supuesta construcción de un estado paralelo, sino el poder –la potencia– para la creación de una realidad alternativa. Porque había que resolver rápido y conseguir ya mismo: 

Las casas para los que nunca habían tenido una; muchísimas, aunque fáciles de contar por sus tanques negros decorados con las caras de Evita, Tupac Amaru y el Che. 
Las escuelas en San Salvador y sus anexos en las principales ciudades, y el instituto de formación terciaria. 
Los siete centros de salud en San Salvador, Monterrico, El Carmen, Palpalá, Parapetí, Alto Comedero y La Quiaca.
La bloquera de Alto Comedero.  
Las más de veinte piletas de natación en los barrios populares y el parque acuático de Alto Comedero, con sus estatuas de lobos marinos y pingüinos. Un mar para Jujuy. 

Milagro asume que esa velocidad por falta de tiempo no hizo lugar a la creación de otros tiempos, también necesarios: “En qué fallamos. No tuvimos tiempo de preparar políticamente a nuestros compañeros porque queríamos resolver lo urgente, el trabajo, la educación, la salud y la vivienda digna”, dijo en una entrevista para Tiempo Argentino. Pero esa velocidad, con sus dimensiones problemáticas, es la forma que para Milagro asume la justicia en el mundo de los postergados crónicos y de los discursos de la confianza en la recompensa futura si emprendés y te esforzás lo suficiente, en el más allá del momento pleno de la vida, en el más allá de la propia generación, en cualquier más allá. La justicia social es justicia si se reparte acá y ahora. Por eso a Milagro la castigaron con la espera de los mecanismos siniestros de la justicia formal: el armado y la dosificación de causas, la extorsión mafiosa a testigos, la invención de testimonios, la tortura psicológica y física, la dilación eterna de las decisiones a favor. Esa espera es injusta y esa injusticia le duele, nos dice, sí, con bronca, mientras dura, y también a nosotros. 

Foto de Guadalupe Marando

III

Hacia el final de la visita alguien le preguntó a Milagro cómo estaba. Ese día estaba bien. Había días que no, los de la impaciencia no. También le preguntó qué haría y cómo sería cuando recuperase la libertad. Ella lo desafió con una pregunta. “¿A vos qué te parece?”. “Lo mismo, igual”, arriesgó él. Y ella corrigió: “potenciada”. Y eso que le aconsejaban lo contrario. “Potenciada”, respondió, y me distraje en el encadenamiento de las palabras aprendidas: La potencia, a saber: las acciones y las pasiones de las que algo es capaz. / Cada uno se esfuerza en perseverar en su ser. / El único poder, finalmente, es la potencia. / Los géneros de conocimiento son modos de existencia, son maneras de vivir. / Nadie sabe lo que puede un cuerpo. / Componiendo mis relaciones con otras relaciones invento ese tercer individuo del cual el otro y yo no somos más que partes,  etcétera, que algo tendrían que ver con la obstinación y el pragmatismo de Milagro, y con esa forma en el decir porque Milagro nunca dice “yo” y siempre “nosotros”, y con la velocidad y la fuerza. Algo que ver, pero desde muy atrás: ella ya nos despedía y se ocupaba de la cocina porque el almuerzo no podía esperar.