Imaginarios
Somos por los otros Somos cinco personas entre millones de personas que hoy miran el atardecer detrás de una ventana. Mamá cocina con papá y cuchichean sobre la cantidad de fallecidos en el día por el virus, como si hablaran de la cantidad de harina que resulta necesaria para hacer las tortas fritas; mis hermanos y yo vemos memes sobre la pandemia... Aprendimos a reír sin dejar de sentir el dolor ajeno por aquellos que pierden a un ser querido. Hablamos, inventamos juegos, jugamos a las cartas. “El respiro de la tierra, hijo” dice papá cuando busco una respuesta rápida para todo lo que está pasando. Una respuesta más alta, más poética quizá. Pienso que no se puede predecir el futuro, saber lo que será del mundo luego. Habrá que esperar y ver.. Pero sí podemos aprovechar para sentenciar, de una vez y para siempre, la importancia del lazo social (y la de un estado presente). En tiempos donde nuestro pasado reciente elevaba la individualidad como única forma de existencia posible, el vendaval de una tragedia mundial nos obliga a repensar y recapitular. Somos por, gracias, y para los otros y si nos salvamos, nos salvamos todos o no se salva nadie. En el mientras tanto, nos toca prepararnos serenos hacia el futuro y que volver a la normalidad, palabra bastante usada en estos días, se convierta en mala palabra para la construcción de un nuevo lugar. Posar nuestra cabeza sobre el pecho del mundo y que su respiración nos lleve hacia un tiempo devenido mejor. Gonzalo Montenegro
Reflexiones sobre el epidêmos del coronavirus: una cotidianeidad de encierro Resultan inquietantes las infiltraciones de distintas vivencias globales que hemos recolectado desde la aparición de la pandemia del COVID-19 en nuestra cotidianeidad. Día tras día imágenes alarmantes son visualizadas alrededor del mundo: la de calles desoladas de las grandes urbes, una crisis económica mundial que siembra incertidumbres, un crecimiento en la tasa de mortalidad internacional, el desconcierto social por los contagios masivos y la difícil situación de encierro que transitamos por la cuarentena. El avance de la tecnología ha sido también el descubrimiento de una fragilidad: el virus ha puesto en boga la situación que atraviesa una humanidad que se consideraba invencible y que actualmente está perpleja. La globalización nos envuelve con mantos de neurastenia porque existen factores que contribuyen a una mirada pesimista de la situación a partir de la cual el futuro mundial es incierto. Hemos sucumbido ante las circunstancias, la aldea global ha sido bombardeada por la epidemia y los optimistas por la cura están comenzando a perder la paciencia. Pareciera que la única oportunidad para sentirnos inmunes al virus es practicar el distanciamiento social y la reclusión en nuestros hogares. En algún momento la cuarentena será un recuerdo. A pesar del encierro, debemos procurar el bienestar emocional como objetivo indispensable. Frente a las adversidades debemos ser agradecidos por las comodidades mínimas que poseemos desde nuestro entorno y practicar la paciencia como pieza clave del equilibrio diario. Franco Pizzatti
carta de agradecimiento a Henrietta Leavitt en esta tarde de lluvia en que el mundo se reduce a mi tres ambientes con patio y cada uno desde su casa duda si el universo sigue existiendo, te escribo Henrietta. quiero darte las gracias por tu trabajo mecánico, de mujer en un mundo de varones por dedicarte a calcular calcular calcular por descubrir cómo brillan las estrellas Cefeidas: iluminan se apagan de manera predecible iluminan se apagan a intervalos regulares iluminan se apagan una epifanía: por vos fue factible calcular distancias relativas absolutas entre las estrellas y nosotros entre las estrellas y las estrellas entre nosotros y lo otro no sabés, una de estas estrellas mojón que descubriste permitió a tus jefes, años después de tu muerte, revelar que Andrómeda no es una nebulosa un cúmulo de estrellas y gas sino una galaxia una gran galaxia con su jerarquía y su orden y así con la distancia pasamos a concebir este nuestro universo lleno de galaxias gracias a vos, Henrietta, que moriste ignota en el silencio de tu sordera y dejaste unos libros una mesa una silla una cama y un atril por toda herencia gracias a vos, hoy me tranquiliza saber que hay mucho más que lo que veo allá afuera Nina Jäger
Ayer fuimos otra cosa Ayer fuimos otra cosa, distinta, plástica, artificial. Habitamos otros mundos. Un trabajador recuerda sus años de belleza absoluta, como dejó ir al amor de su vida mientras el tabaco se desvanece en humo espeso. El trabajador es pobre y escribe los versos más hermosos que leemos en la hostilidad de la soledad. Pienso hondo: ayer fuimos otra cosa, distinta Pero igual de hermosa. Diego Domínguez
Pienso que esto de imaginar Empezó por allá en aquel campo En el que jugábamos los tres A ver en las estrellas naves Espaciales En el pasar horas completas Escuchándote hablar de historias fantasmas Y de espíritus del mar Creo que todo arrancó en ese hueco Atemporal en el que tres generaciones De artistas compartíamos pasiones Y cuando digo artistas me refiero Al modo que tenían ustedes de ver la vida Me parece que se guardan los sueños En aquellas artesanías que vendías Por dos mangos O en ese tallercito con olor A tiempo antiguo donde me mostrabas Con paciencia legendaria el arte Antiquísimo de tallar a mano Me parece que la genética Un poco nos condena A seguir una línea algo Trazada a fuego vivo Es la única explicación cuerda Que le encuentro a esta forma Un poco rota de ver los días Y a este corazón un poco lento Creo que todo empezó ahí En una casucha con techo De chapa. Con el olor del mar Sintiéndose fuerte Entonces se trató de seguir jugando Entre generaciones y de traer un poco Del pasado al presente que nos tocó Se trató del mar, del cielo y de la casucha Se trató de escribir para no olvidarlos Al final se trata de escribir por ustedes y por mí. Xenia Abad
En una abertura de sténopé ¿Encontraría a Sabrina? Tantas veces me había bastado asomarme por el recodo de Corrientes y 9 de Julio, en la hora pico, atestadas ambas avenidas de transeúntes, para reconocer su silueta recortada frente a las luces de neón. Cumplíamos el ritual silencioso de las compras, la ceremonia secreta de dividir las tareas, la pesquisa solícita de mis guantes, mis blusas, tus pantalones, tus medias… Sabíamos que había que sacudir fuerte los hombros cuando la otra llevaba el corazón sobre un ancla en las mañanas y el pitido constante de la alarma no paraba. Que salíamos a charlar con doña Estela si preguntaba por la amiga de Sabrina que vivía con ella en ese monoambiente, porque era sabido que las ocas no decían misa ni el caracol embestía al gato. Que siempre le decíamos a tu madre que hacía nada más cinco meses nos mudamos juntas, de las canteras sin auroras, y que era cuestión de tiempo para buscar otros lugares, cuando hacía dos años compartíamos lecho y sal y espuma. Que me contaste a media voz “Aquí en mi jaula estoy con mi jauría famélica”, algo así como “me divorcié dos veces, pero mi último ex no deja de amenazarme y venir a mi casa y golpearme y ya no sé qué hacer”. Que el escaso nutrimiento de mi carne no sirve de sustento a la voracidad en agonía frente a tu idolatría con aquel primer amor de la juventud. Esa madrugada esperé en la ciudad sin sueño, una dos tres horas junto al teléfono. Me dijiste, tantas veces, que haber perdido ese embarazo de 22 semanas había arruinado su matrimonio, y que tampoco sabían, que no se ve tu piel de áspera lija y horribles cicatrices, que te arrojaste tres veces de la escalera e ingeriste pastillas para acelerar el proceso. Que los deseos de conformar una trayectoria de vida mutua se había difuminado como la estela de vapor que salía por tu boca cuando me hablabas bajito por las calles heladas de Belgrano en invierno, ni el humo ni el pavor ni la neblina. Me dijiste, tantas veces, cuántos segundos infinitos dura el zumbar del silencio, cuando le contaste a la tía Eréndira, dueña de la casa donde estaban parando, que toda pesadumbre se desvanece en cenital rotonda, porque tu esposo había cometido adulterio, y ella replicó “Leve es la tierra” algo así como “Los hombres son hombres. Una se tiene que acostumbrar”, y tus ojos en torno hacían la ronda y cantaban a su perfil y la redonda circunferencia de su cara, y añadiste con la nostalgia trémula “Norma que agita igual carne y lucero”, algo así como “Pero fue con otro hombre, tía”, y a contraluz de luna limonera, que su más bella vertical depura, se empeña y grita y vocea, y los echó a patadas a los dos. Esa mañana que volviste te esperaba la brisa enhiesta, insoportable inercia. Cuando a las 10.25 se paraban las radias, abriste la puerta, sonaron los goznes, cruzaste el umbral. Me contaste que en el tropiezo de los cangrejales encontraron el cuerpo de una Natalia Natalia con ojos dorados como cervatillos de ojos pringosos. Que en los galeones de la Bahia de Tortuga un pordiosero halló la bolsa de residuos por la cual se escapaba una pierna pálida como bailarina en su última función con un tocado de plumas arruinando el latrocinio suntuoso de los comensales. Que quemaron los párpados y el nacimiento de las cejas, pero no arruinaron siquiera un pliego de seda. Tengo para mí tus labios de brasas de fuego y el lento caracol de las babas de tus huecos, y la pupila trémula de los ojos más puros que un cielo y el sonido de tus pulmones sorbiendo en lentas aspiraciones y el latir de tus pulsos como secretas esponjas de las axilas y la superficie quemada de tus tostadas y la fotografía que tomé en la Bahia de las Gatas cuando gatillé el operator a través de una delicada abertura de sténopé y así capturaba el mundo en un puño, y ella era ese mundo y tengo también para mí la concreción fría de esos recuerdos en una lámina a color que tiene tus ojos y tu pelo y tu boca y tus hoyuelos pero no tiene tu perfume, ni tus tazas tibias de té rojo, ni el champú que se te pega al cuello. Esperaba que no olvidaras, que en uno de los rayos del ocaso, nos proyectamos en los miedos de cada una. Te sentí entre los dedos como la arena, y tu respiración era el arrullo del viento entre las hojas de los árboles. Esa tarde nos morimos un poco. Qué lástima que no dejamos nada para seguir agonizando en los brazos de la otra. Fátima Abigail Argüello
Por este umbral, se cruzan los imaginarios de
Lucía Sordini
Soy graduada de la Licenciatura en Cultura y Lenguajes Artísticos por la UNGS. Exploro la técnica del collage (tanto digital como con recortes de papel) combinando fotos y dibujos propios con imágenes de archivo. En Instagram: @lusordini
Gonzalo Montenegro
Nací en Grand Bourg y vivo en Muñiz. Estudio para ser profesor de Lengua y Literatura en la UNGS. En la actualidad preparo la publicación de mi primer libro de poemas por la editorial Patronus. Formo parte del colectivo de la revista Descolonizadx, donde publico reseñas, crónicas y poemas.
Franco Pizzatti
Soy estudiante del Profesorado Universitario en Lengua y Literatura por la UNGS. Apasionado por la cultura y sus modos de expresión, como también por el estudio de mecanismos comunicativos.
Nina Jäger
Soy Licenciada y Profesora en Letras por la UBA, Especialista en Literatura Infantil y Juvenil por la UNSAM y docente en la escuela secundaria de la UNGS. El poema que se publica en este número de la revista forma parte de mi poemario inédito, Por toda herencia.
Diego Dominguez
Soy estudiante del Profesorado de Lengua y Literatura en la UNGS. Formo parte de la revista literaria Descolonizadx y publiqué el fanzine “Lo que golpea los cuerpos” (2019) y la plaqueta poética “El paraíso de los dinosaurios” (2020). Vivo en km 30.
Xenia Abad
Estudio Lengua y literatura en la UNGS. Publiqué por primera vez mis poemas en +Poesía. En la actualidad formo parte del Colectivo Descolonizadx.
Fátima Abigail Argüello
Soy estudiante avanzada del Profesorado Universitario de Educación Superior en Lengua y Literatura de la UNGS. Investigo las relaciones intermediales entre la literatura y el audiovisual en el marco del boom latinoamericano, con un análisis atravesado por la perspectiva de género.