Movilización de mujeres para respaldar la promulgación de la Ley 13010
Sexualidad y violencia en las narrativas peronistas
Instituto del Desarrollo Humano, UNGS
Tal como recoge el historiador Daniel James (1987), Juan Domingo Perón fue destituido de sus cargos el día 9 de octubre de 1945. Más tarde, el día 13 de octubre fue arrestado en su domicilio y, luego, trasladado a la prisión de la isla Martin García. Hasta el momento, había desempeñado los cargos de vicepresidente y secretario de Trabajo y Previsión, desde donde comenzó a atender los reclamos de los trabajadores argentinos y, gracias al uso inteligente de las prebendas oficiales, se hizo de importantes aliados entre los dirigentes sindicales. La caída en desgracia de Perón en octubre de 1945, que había llegado a constituirse en la figura protagónica del gobierno militar, se debió, en parte, a que sus camaradas militares estaban preocupados por su política pro obrera y por el potencial poder político que podría proporcionarle. Desde la mañana del 17 de octubre columnas provenientes de Capital Federal y de otros puntos del país, que nucleaban miles de manifestantes, se movilizaron hacia el centro de Buenos Aires con el único propósito de reclamar la liberación y la restitución de Perón en el gobierno.
Para pensar la literatura argentina, Rosano, en Rostros y máscaras de Eva Perón. Imaginario populista y representación (2006), propone las categorías de “primera tiranía” y “segunda tiranía”. La primera se encuentra asociada al imaginario social construido en torno a Juan Manuel de Rosas, mientras que la segunda con el de Juan Domingo Perón. En este texto, nos ocuparemos solamente de la segunda tiranía. Según Rosano, la irrupción del peronismo “implicó en la Argentina posterior a la década del 40 una ruptura política y cultural” (2006: 1). Este suceso impactó de lleno en la literatura: el peronismo constituyó un acontecimiento político que actualmente condensa, a partir de sus imaginarios sociales, una parte importante de la narrativa argentina de la época.
David Viñas, en Literatura argentina y realidad política (1982), sostiene que la literatura argentina empieza con la escena de una violación, la de los federales al joven unitario en “El matadero”, de Echeverría. Tal escena, que condensa sexualidad y violencia, es recurrente también en la segunda tiranía. Partiendo de esta premisa, nos interesa estudiar de qué modo se configura la sexualidad en las narrativas peronistas, antiperonistas y de mezcla. La representación de la sexualidad se encuentra atravesada por la violencia en los textos “Cabecita negra” (1962), de Rozenmacher, en el que se narra la agónica noche del señor Lanari; “La señora muerta” (1963), de Viñas, que relata el encuentro de Moure y una joven durante la despedida de Eva Perón; “Esa mujer” (1966), de Walsh, cuento en que un periodista y un coronel discuten acerca del paradero del cadáver de Eva Perón; “El niño proletario” (1973), de Osvaldo Lamborghini, que narra las vicisitudes a las que se enfrenta un joven marginal; y “Evita vive” (1989), de Perlongher, en el que se presentan tres relatos que giran en torno a una Eva Perón marginal. Esta lectura habilita la incorporación de los textos en una serie literaria compuesta por “El matadero”, de Echeverría, “La refalosa”, de Ascasubi, e incluso “Juan Moreira”, de Gutiérrez. Los textos nos permiten reflexionar en torno al modo en que los cuerpos son sometidos a procesos de sexualización, a la vez que habilita la lectura de los personajes en tanto cuerpos deseantes y cuerpos deseados.
Feminidad e infancia: corporeidades sexualizadas
En las narrativas peronistas las figuras femeninas e infantiles son sometidas a procesos de hipersexualización, dominación y mercantilización que son atravesados por la violencia –que resulta más o menos explícita según cada caso-.
En “Cabecita negra”, mientras deambula por su casa preso del insomnio, el señor Lanari escucha un grito femenino proveniente de la calle y decide salir a ver de qué se trataba. Allí, se encuentra con una mujer de aspecto brutalmente desalineado:
allí la vio. Nada más que una cabecita negra sentada en el umbral del hotel que tenía el letrero luminoso Para Damas en la puerta, despatarrada y borracha, casi una niña, con las manos caídas sobre la falda, vencida y sola y perdida, y las piernas abiertas bajo la pollera sucia de grandes flores chillonas y rojas y la cabeza sobre el pecho y una botella de cerveza bajo el brazo. (Rozenmacher, 2000: 34)
La descripción que hace el narrador da cuenta de una figura femenina hipersexualizada. No es de desestimar, además, que el escenario en que se desarrolla la escena es la puerta de un hotel. Mediante estos dos procedimientos se construye una escena que propicia la confusión de un oficial de la policía que, al pasar, interpreta que se trata de una transacción sexual e intenta arrestar al señor Lanari por alterar el orden público. Se retrata cómo las calles se constituyen como el lugar propicio para la actividad sexual y para la irrupción de la violencia policial. Perlongher, en su artículo “Deseo y violencia en el mundo de la noche”, incluido en Prosa plebeya (2013), aborda esta cuestión e indica que el lugar donde los encuentros sexuales se consuman “configura una especie de ‘tierra de nadie’, ocupada por los enseres móviles de las diversas tribus marginales. Putas, michês, travestis, malandros, malucos, y todas las variantes del lumpesinado, disputando áreas de influencia o de alianza, con una presencia constante: la policía” (51).
El escenario desata la ira del comisario, por lo que, de ahí en más, todo lo que sucede está atravesado por la más ostensible violencia. En primera instancia, el comisario llama “viejito verde” (Rozenmacher, 2000: 35) y acusa de hacerse “el gil” (35) al señor Lanari. Más tarde, los “cabecitas negras” ingresan al hogar de Lanari y arremeten contra el imperante orden clasemediero de su intimidad hogareña. El encuentro con esta figura femenina hipersexualizada constituye el detonante de la violencia, que aumenta a medida que se desarrolla el relato. Hacia el final, el comisario, que revela ser el hermano de la mujer, le propicia al señor Lanari una golpiza que lo deja inconsciente.
En “La señora muerta”, Moure se infiltra en las filas peronistas que se nuclean en el centro de Buenos Aires para despedir a la difunta Eva Perón. Sin embargo, tiene una motivación sumamente egoísta: lograr “un levante”. Rápidamente, fija sus ojos en una joven. Al igual que en el cuento de Rozenmacher, la descripción que se hace de la muchacha está puesta en función de exaltar sus más sensuales atributos (los labios, los pies, el cuello, el pecho, el vientre, etc.) construyendo, así, una corporeidad cargada de erotismo, lo que se corrobora, además, en las miradas lascivas de los marineros y demás hombres que se pasean por la capital.
Moure consigue llevarse a la joven a un hotel transitorio luego de varios intentos, sin embargo, después de recorrer varios de ellos sin éxito se irrita y emite un desafortunado comentario que trunca el potencial encuentro sexual: “¡Es demasiado por la yegua ésa!” (Viñas, 2000: 72). El significante “yegua” condensa el imaginario de Eva Perón vinculado a los sectores más conservadores. De este modo, queda en evidencia que los intereses de ambos son disímiles: mientras que lo que lleva a la joven a hacer la cola era una genuina lealtad a Eva Perón, el arrogante Moure busca simplemente “un levante”. Pese a ello, no es sino llegado el final del relato que la joven emprende su retirada, pues, hasta el momento, ninguna de las conductas inmorales de Moure (ni el tomarle fuertemente las piernas, gritarle o aferrarse violentamente al respaldo del asiento del conductor) habían logrado fastidiarla. Es su amor auténtico por “la señora” lo que la hace bajar decididamente del taxi. La violencia, al igual que en el cuento de Rozenmacher, irrumpe en una escena con gran carga sexual y la desbarata.
En “Esa mujer”, también se presenta una figura femenina hipersexualizada: se trata de una Eva Perón ya fallecida. Emergen, de la descripción que hace el coronel del cuerpo, diversas representaciones en torno a ella. Su figura responde a la de una mujer sacralizada, casi una virgen; pero también al de una mujer fálica, casi un caudillo rosista. El cuerpo es sexualizado hiperbólicamente a pesar de tratarse de un cadáver, pues la relación de amor-odio que el coronel y los demás hombres tienen con el cuerpo embalsamado es, en ocasiones, explícitamente sexual. Sin embargo, a diferencia de los textos de Rozenmacher y Viñas, en “Esa mujer” la violencia sexual se concreta, sabemos por el testimonio del coronel que ni siquiera la muerte impide el intento de vejación del cuerpo:
—Desnuda —dice—. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd —el coronel se pasa la mano por la frente—, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso… (…) se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire (Walsh, 2000: 130).
El cadáver continúa siendo víctima del intento de atrocidades por parte del sector gorila. El coronel, pese a ser quien impide que se agreda sexualmente el cuerpo (le tapa el monte de Venus, le pone una mortaja y un cinturón franciscano), emite una frase hacia el final que, además de dejar en evidencia su fanatismo enfermizo por el cuerpo, posee una carga semántica que podría ser considerada sugerentemente libidinosa: “Esa mujer es mia” (136).
En “El niño proletario” Stroppani, un niño de clase proletaria apodado “Estropeado” por los demás personajes del relato, crece en un ambiente hostil junto a su padre, borracho y desocupado, y su madre, que se prostituye para “conservar el fiado”. Al igual que en “Esa mujer”, en la obra de Lamborghini hay un cuerpo sometido. La diferencia radica en que lo que en la obra de Walsh se impide parcialmente, en “El niño proletario” se concreta y se explicita ferozmente. En la obra de Lamborghini la violencia sexual a la que se somete al niño no es de desestimar. No hay lugar para la elipsis: Se describe el modo indecoroso en que el niño es violado, torturado y finalmente asesinado. Además, a la descripción de la agresión sexual viene aparejada una ominosa descripción de lo revulsivo: el ataque se efectúa en el barro y los cuerpos se mezclan con materia fecal.
Fue Rosano quien dió cuenta de la sexualización de la figura de Eva Perón en los relatos de Néstor Perlongher. En “Evita vive”, del poeta neobarroso, al igual que en los cuentos de Walsh, Viñas y Rozenmacher, hay una figura con cualidades sexuales hiperbólicas. Eva, en el relato, participa de orgias y diferentes encuentros sexuales con marineros, negros y otras mujeres. A esto se suma la participación activa en el consumo de drogas. En palabras de Rosano, “Perlongher ofrece la imagen de una mujer que baja desde el cielo y ronda por los hoteluchos del bajo, las pensiones de mala muerte, los conventillos; comparte sexo y marihuana con homosexuales; se revela ‘puta’, drogadicta, ‘reventada’, (…) una marginal, una lumpen” (2005: 194). Al igual que en “Cabecita negra” en lo íntimo de la esfera sexual irrumpe la violencia, el abuso y el autoritarismo de la mano de las fuerzas policíacas.
Feminidades e infancias: ¿cuerpos deseados o deseantes?
Las categorías de cuerpos deseados y cuerpos deseantes están ligadas a la concepción que se tiene de los sujetos respecto del modo en que viven sus relaciones sexo-afectivas.
En “Cabecita negra”, la escena sexual no es sino una interpretación equivoca del oficial de policía que vigila las calles. La figura de la mujer se encuentra muy lejos de constituirse un cuerpo deseante: no sólo se halla prácticamente silenciada, sino que su corporeidad es sancionada por el oficial. Perlongher, en su ensayo “Nena, llévate un saquito” aborda la cuestión del modo en que son sancionadas determinadas prácticas, entre ellas, el uso de determinada vestimenta, el consumo de alcohol y la prostitución de los sujetos femeninos.
Pese a ésto, en el texto de Rozenmacher, el modo en que el narrador describe a la mujer nos pone ante la idea de la mercantilización del cuerpo femenino, donde impera la lógica del consumo. De modo semejante, en “La señora muerta” la figura de la mujer que se halla en la cola se encuentra asociada a la prostitución. La mujer se constituye como corporeidad deseada ante los ojos lascivos de Moure, cuyo único objetivo es llevarla a un hotel transitorio. En el relato no hay lugar para el deseo de la mujer. No es sino llegado el final que la joven muestra su voluntad y determinación.
En “Esa mujer”, al igual que en el cuento de Rozenmacher se presenta un cuerpo femenino asociado al deseo masculino: el cadáver de Eva Perón es objeto de deseo del comandante y los demás hombres. Deseo que, como hemos mencionado, se ve atravesado por las más profundas contradicciones, pero que es, fundamentalmente, de carácter sexual e intenta concretarse mediante las más vulgares agresiones.
Los personajes femeninos del relato de Perlongher son diferentes a los que hallamos en los cuentos de Rozenmacher, Viñas y Walsh. Como hemos señalado anteriormente, en “Evita vive” se da rienda suelta al desenfreno sexual de la protagonista; por lo tanto, se explora una dimensión totalmente silenciada de la figura de Eva Perón. Según Rosano (2005), se trata de una Eva que se revela puta, drogadicta y reventada. La Eva de Perlongher se constituye radicalmente como cuerpo deseado, pero, a la vez, como cuerpo deseante, pues se entrega a los placeres sensoriales mediante la participación en orgías y bacanales.
En “El niño proletario”, en cambio, no hay lugar para el deseo del protagonista. El cuerpo del pobre Stroppani no está sino para saciar los perversos impulsos sexuales de otros: “la sociedad burguesa, se complace en torturar al niño proletario” (Lamborghini, 1988: 64). Stroppani, un niño marginal de la clase proletaria, es sometido por la única clase capaz de desear de manera legítima. La burguesía materializa su odio interclase no solo mediante la tortura física -lo golpean, lo cortan-, sino también mediante el sometimiento sexual. En este sentido, el sometimiento tiene un fin aleccionador y se funda, como ya mencionamos, en el odio hacia las clases más marginales. En este aspecto, el cuento presenta una semejanza con el de Walsh, ya que en ese movimiento de agresión sexual se observa el desprecio hacia la figura política de Eva Perón, la que, al igual que el niño proletario, propicia el surgimiento de sentimientos ambivalentes en sus agresores.
Melo, en el capítulo “La vida de los otros”, incluido en Historia de la literatura gay en Argentina (2011), habla del modo en que el dispositivo de la sexualidad introduce la noción de homosexualidad como categoría “a corregir, curar, perseguir y eventualmente eliminar” (138). En relación a ello, las corporeidades presentes en los textos – excepto las que se hallan en “Evita vive”- no sólo no se configuran como cuerpos deseantes, sino que se presentan como aquello que resulta legítimo erradicar.
El abordaje de la sexualidad bajo la premisa de que en las narrativas oficiales peronistas, antiperonistas y de mezcla se hallan atravesadas por la violencia nos permite estudiar el modo en que las corporeidades femeninas e infantiles son sexualizadas, sometidas y mercantilizadas. Procedimientos que se encuentran aparejados a una ostensible violencia. A su vez, los conceptos de cuerpos deseantes y cuerpos deseados nos permiten estudiar con más profundidad a los personajes femeninos y las niñeces de los cuentos.
Bibliografía literaria
Lamborghini, Osvaldo (1988): “El niño proletario”. En Novelas y cuentos. Buenos Aires: Del Serbal.
Perlongher, Nestor (2000): “Evita vive” en Olguín, Sergio (Comp.), Perón vuelve. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma.
Rozenmacher, German (2000): “Cabecita negra” en Olguín, Sergio (Comp.), Perón vuelve. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma.
Viñas, David (2000): “La señora muerta” en Olguín, Sergio (Comp.), Perón vuelve. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma.
Walsh, Rodolfo (2000): “Esa mujer” en Olguín, Sergio (Comp.), Perón vuelve. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma.
Bibliografía teórico-crítica
Melo, Adrián (2011): Historia de la literatura gay en la Argentina. Representaciones sociales de la homosexualidad masculina en la ficción literaria. Buenos Aires: Lea.
Perlongher, Néstor (2013): “Deseo y violencia en el mundo de la noche” en Prosa Plebeya. Buenos Aires: Excursiones.
Perlongher, Néstor (2013): “Nena, llévate un saquito” en Prosa Plebeya. Buenos Aires: Excursiones.
Rosano, Susana, (2006): “Introducción”. En Rostros y máscaras de Eva Perón. Imaginario populista y representación. Rosario: Beatriz Viterbo.
Viñas, David: (1982 [1974]): “Rosas, romanticismo y literatura nacional”. En Literatura argentina y realidad política. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
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