Resonancia conurbana en el 25 Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura
Viajar las voces: leer en pandemia
Instituto del Desarrollo Humano – UNGS
La inauguración del Foro estuvo a cargo de la antropóloga francesa Michèle Petit. Autora de numerosos ensayos y libros basados en investigaciones sobre la práctica de la lectura en contextos desfavorables, Petit presenta para la ocasión una conferencia titulada Leer (o no leer) en tiempos de pandemia. Además de compartir, al comienzo de su ponencia, la particularidad de hallarse de vacaciones en un pueblo de Grecia, la autora comenta lo extraordinario de escribir sobre un tema novedoso, o más aún, sobre una situación en la que todas y todos nos encontramos inmersas e inmersos actualmente.
“Si ustedes conocen mi trabajo, saben que me gusta hacer viajar las voces”, advierte la autora y, esta vez, las voces se debaten entre aquelles para quienes leer ha sido un objetivo inalcanzable durante la pandemia y aquelles que han hecho de la lectura una aliada necesaria. “Analizarlas puede abrir la posibilidad de obtener enseñanzas más allá de la pandemia y así interrogarnos sobre qué significa leer”, señala Petit.
Desde México, Francia, Italia, Colombia, España y la Argentina; a través de redes sociales, foros y medios periodísticos llegan esas voces que recopila la autora: “En toda la semana no leí ni una sola palabra y trabajar me cuesta un esfuerzo descomunal, leer otro tanto”; “todas las lecturas me parecen obsoletas, todos los libros engañosos, por estar escritos por gente que no pasó por esto”; “es muy extraño vivir con la literatura de hace tanto tiempo, dormir envuelto en textos fundamentales y no tener más ganas de ellos e ignorarlos, de pasar al lado sin mirarlos siquiera y de ni arrepentirse siquiera.”, son algunas de esas voces que viajan.
Para Petit, lo recurrente en estas experiencias es la lectura fragmentaria, la búsqueda sin rumbo predeterminado en Internet, el consumo de información sobre la pandemia: “El estado que se vive es el de sideración; el miedo y la inquietud parecen tan grandes como la incertidumbre de lo que vendría”. Por eso, Petit relaciona estas voces del presente con otras situaciones en las que leer también pareció imposible: la caída de las torres en Nueva York, el atentado terrorista en París o luego de un luto particularmente doloroso. Todas circunstancias en las que, para algunas personas, leer no es posible.
“Es imposible leer cuando todo es tan alucinante y onírico”, dice una voz y otra replica: “Repentinamente todos nos convertimos en un personaje de un cuento distópico, cada día un nuevo capítulo entre suspenso, miedo y duda. La historia sucedía en todos los continentes, nadie sabía ni cómo ni cuándo llegaría su fin”. Para Petit, lo que ocurre es que “los libros no estarían más a la altura de lo que vivimos”.
El tiempo es otro factor determinante para impedir la lectura: estar al día con las noticias pandémicas, la hiperactividad en redes sociales y la necesidad de mantener el contacto con la familia y seres queridos resultaron cronófagos. El cuidado de les niñes, el teletrabajo, las reuniones virtuales acrecientan esa falta, según la conferencista.
Otras voces, sin embargo, apelan a razones opuestas para explicar la dificultad de leer: el exceso de tiempo libre. Así lo viven muchas personas que leían durante los descansos diarios laborales, que robaban tiempo a otras actividades para leer en una especie de empatía entre lectura e infracción, que disfrutan leer cuando no estaba permitido, en el momento inadecuado, como un desafío a la prohibición.
De ser una elección, observa Petit, la lectura pasó a ser una imposición de los medios de comunicación, les polítiques, las redes sociales con miles de ofertas culturales, las bibliotecas con una lluvia de contenidos consultables en línea. Existe un contraste entre ese vacío físico y la multiplicidad de palabras usadas en la apuesta cultural, que tal vez oculta un tipo de desconcierto. Por lo tanto, las voces que recoge la antropóloga hablan de la necesidad de volver al cuerpo: gimnasia, yoga y terapias para sentirse vivos y alejarse de lo contraproducente de la excesiva oferta cultural.
Hay otro factor que, para Petit, colabora con esta dificultad de leer: un mundo vacío, un mundo que se detuvo. Si leer siempre había consistido en combinar un espacio íntimo con un mundo que se abre, un afuera (leer en parques, en medios de transporte, en cafés, plazas, bibliotecas y librerías), esto ya no parecía posible en el nuevo mundo inmaterial de Internet.
Pero no para todos la pandemia supuso un obstáculo para la lectura. Petit compartió las voces de quienes pudieron leer durante la pandemia más que en cualquier otro periodo: la literatura como salvavidas, la teoría como andamio. La lectura compartida enriqueció este escenario: leer a les hijes, la lectura de abueles (como Las abuelas cuentacuentos, el programa de la Fundación Mempo Giardinelli que menciona la autora). También, enfatiza Petit, la importancia del trabajo docente en un contexto crítico sumido en la desigualdad y la injusticia: “Leer en conjunto es muy enriquecedor, porque escuchar al otro nos hace crecer nuestra mirada de lo leído.”
“Mientras que el encierro ha sido muy difícil para unas personas, para otras ha sido una oportunidad para el suspenso, para repensar su vida, para leerla de otra manera”, agrega la autora, y apuesta a un tiempo por venir más tierno, menos injusto y sin necesidad de libros de autoayuda. “Será difícil, pero será el momento de compartir, de reunirse para leer el mundo, para conversar, admirar, escuchar, cuestionar, reír y llorar, pensar, abrir el mundo como en este Foro”, concluye Michèle Petit.
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