Paula Corsich
La lengua indomable
Responsable del Programa de Políticas de Género, UNGS
Derivas de las palabras y el “poder-nombrar”
El nü shu fue el lenguaje secreto de las mujeres chinas. Signos y palabras heredadas de boca en boca como contraseña en la antigua Hunan; canturreadas en código confidencial para recoger las memorias de quienes del olvido venían. Expulsadas del idioma masculino -la enseñanza del nan shu estaba vedada para las mujeres-, ellas crearon y transmitieron con sigilo y tenacidad uno propio. Un lenguaje clandestino, fundacional, que bordaban en sus ropas y abanicos, y que para ojos desconocidos era poco más que ornamenta.
Yang Huanyi, mujer campesina en la zona montañosa del sur de China, murió en 2004 a sus casi cien años de edad. Ella fue la última conocedora del nü shu. A lo largo de su vida se ocupó con paciencia artesana de preservar cada poema, carta o manuscrito que pasó por sus manos para testimoniar la lengua secreta de las mujeres chinas. Varios años antes, en 1995, en ocasión de la celebración en Pekín de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre las Mujeres, Yang Huanyi entregó todo el acervo que había reunido y atesorado acerca del nü shu. Le devolvió así alguito de justicia al lenguaje que le puso palabras a la resistencia, y contrabandeó signos de refundación. Desplazadas de la “lengua masculina”, criadas para ser analfabetas, las mujeres de Hunan, en la China pre-revolución cultural, forjaron un código que los censores no pudieron ver ni descifrar. Las lenguas son, en definitiva, lo que las personas hacen de ellas; tejiendo horizontes de posibilidad nunca estáticos, ni del todo clausurados por más pretensiones restrictivas que existan o se proclamen con ánimo controlador.
Dicen que el tiempo teje despacio, y que las historias de las luchas y las desobediencias producen sus propias citas. Disputar cada acto de libertad ha sido una constante en las prácticas obstinadas -y disidentes- de interrupción de lo dado. Frente al imperio de la costumbre y a la tiranía de la desigualdad e invisibilidad mandatada, poder para fundar la interferencia, también en y con las palabras y su empleo.
En los años ʻ80, por ejemplo, furia y fiesta travesti convergen en el carrilche. La lengua trava creada en los rincones de una Buenos Aires noctámbula donde la vida de una travesti vale menos que la cachiporra policial que le cae encima con todo el pánico heterosexual y su “licencia” para el abuso.
Para quienes se declaran personas prófugas de la norma como destino, la imaginación y creatividad política son pasajes para sobrevivir. En efecto, el carrilche es el argot que la comunidad travesti-trans creó para alertarse sobre situaciones de riesgo, razias policiales al acecho, para hablar de clientes sin levantar mucha sospecha, o simplemente festejar su ser travesti montado en infernal e impiadoso taco aguja.
Malva, así el nombre escogido por aquella costurera, cocinera y lenguaraz cuya semblanza se puede leer en las páginas de la revista travesti El Teje, se encargó de reseñar el vocabulario ideado entre quienes habían desertado de la (cis)heterosexualidad obligatoria. Allá por los años ʻ40 -y con el correr del tiempo- la lengua de las locas, de las travas, maricas y bolleras, mestizas y entreveradas desde su origen, fue ampliando su base de palabras. Algunas -o varias de estas- le deben su préstamo a la profusa jerga del mundillo carcelario. Ese que, desde ya, frecuentaban “las mariquitas contraventoras” que escandalizaban el pudor y la moral pública en tiempos de higiene y sanas costumbres. Pues parece nomás que al calor de la necesidad y de las “incursiones forzadas” por Devoto, entre el ladronaje y lumpenaje local, las “locas” y las desheredadas idearon y pusieron en práctica una nueva y propia manera de comunicarse que nutrió al carrilche como lengua de las indomables.
Eso sí, narra y recuerda Malva -la guardadora de palabras- que en el reino de la innovación idiomática y de la ocurrencia, “las hermanas Arvejas” eran las más pillas, diosas paganas del carrilche. Montadas en el escenario de un tugurio del Bajo, estas hermanas, artistas transformistas, se las ingeniaban para “activar la clave” y alertar a las desprevenidas de la presencia de “sidilcris mata mariquitas”. En la letra de cualquier canción incorporaban los términos doda, fush o sidilcri y agitaban el avispero en plan de huida. Cuentan que la palabra “chongo” fue una creación que se remonta a aquella época. De esta manera, el carrilche porteño, como lo fue antes el nü shu en China, se nos revelan como lenguas volteadas de cabeza, argots de las existencias y cuerpos abyectos, las hablas no-registradas en los recintos universitarios. Son los signos contrabandeados con complicidad entre quienes delinean un sueño expresivo que no cesa de desafiar al amo y su posición enunciativa de autoridad y puro privilegio.
Lengua de catacumbas, movilidad lingüística, acción desertora, falla de salvataje semántico en la serialización subjetiva. El nü shu, el carrilche, las arrobas, las equis y letras e danzantes constituyen verdaderas y potentes escenas de resistencia empeñada y de complot idiomático.
Palabras “mal-educadas”: el lenguaje inclusivo en UNGS
El poder se inscribe en las palabras y es oportuno recordar(nos) que la lengua no es transparente, ni estática, sino búsqueda errante y devenir constante; atravesada por formas de hegemonía y de subversión. Los giros léxicos, los neologismos, los usos y modos que embisten de nuevos significados palabras viejas conocidas, así lo testimonian.
Por ello, en agosto de 2019, el Consejo Superior de la Universidad Nacional de General Sarmiento reconoció, en su Resolución N° 7400, el empleo del lenguaje inclusivo, en cualquiera de sus modalidades, como recurso y forma expresiva válida en las producciones académicas realizadas por estudiantes de pregrado, grado, posgrado, formación continua y Escuela Secundaria.
Este reconocimiento formal se inscribe en una larga tradición de lucha de los feminismos populares y las diversidades por el derecho a nombrarse. En el camino de interrogar todas nuestras prácticas, el lenguaje y su empleo no quedan exentos de la fuerza expansiva de esta marea que todo lo conmueve y problematiza.
El ninguneo gramatical es una de las tantas formas en que se manifiesta una cadena de negaciones histórica que ya resulta inadmisible. Las búsquedas para evitar el “universal masculino” y los registros escriturales y del habla binarios se traducen en los ensayos (no apenas gramaticales sino, sobre todo, políticos) de las arrobas, las equis y las letras e. Su empleo viene a disputar los criterios de visibilidad y legitimidad que la lengua opera y pone de manifiesto lo que queda por fuera o subsumido en su forma dominante y que la Real Academia Española custodia con recelo.
Es experiencia viva y dinámica de una “epistemología del fuera de campo” que delata lo que las palabras no dicen o no nombran. Aquellos trozos de realidad y esas vidas y elecciones deseantes que funcionan como encuadre oculto del “universal masculino” y de las formas binarias de pensar. Las @, x y e nos alertan sobre lo que no sabemos, sobre lo que siquiera somos conscientes que no sabemos, sobre lo que no se conoce o no se nombra porque no importa y/o de lo que no queremos saber porque afecta privilegios.
De este modo, decir o escribir en producciones académicas todes o nosotres -tanto como emplear alguna de las estrategias y procedimientos lingüísticos posibles para evitar la marcación genérica binaria de las palabras o el universal masculino- es mucho más que “nombrar a mujeres”. Es dar cuenta de la diversidad de existencias y corporalidades con derecho a nombrarse y a ser habladas, sin ser subsumidas en términos que actúan como moldes homogeneizantes, monolíticos y disciplinantes en la economía simbólica del género.
El lenguaje es performativo, crea o produce lo que nombra. La inominación o exclusión léxica refuerza la matriz de desigualdades imperantes y naturaliza la segregación. Una institución educativa democrática, que reconoce la diversidad y garantiza el respeto a todas las manifestaciones identitarias, no puede permitirse eludir la pregunta acerca de lo engañoso de “las formas discursivas correctas y discretas”.
El lenguaje adquiere centralidad en la transmisión, refuerzo y/o transformación de sentidos y representaciones acerca de “lo femenino”, “lo masculino” y “la diversidad”. Se trata de un constructo social dinámico que expresa y administra visibilidades, invisibilidades y patrones de legibilidad de los cuerpos y existencias.
Frente a toda tendencia de universalización de la experiencia de sujeto, nombrar las diferencias es una posición política y discursiva de fuerza instituyente y transformadora. No se trata de “desdoblar” artículos y sustantivos para crear la ilusión lingüística de abarcar a todes, pero sin alterar un ápice el pensamiento binario de base heterosexual. Reivindicamos, antes, el derecho de corromper el registro bicategorial que presume heterosexualidad; de introducir la duda y la molestia hasta encontrarse en guerra con el propio pensamiento, contra las seguridades y el confort que brinda el acostumbramiento lingüístico.
Cuando en un discurso presidencial, en escenario de pandemia, se escucha un chiques o un todes que hace estallar las redes sociales con muestras de adhesión o de furia, es claro que lo que aquella nominación pone en juego es mucho más que una letra (in)convenientemente agregada. ¿Hablarle a quienes antes no se les hablaba? Puede ser que sí. Lo cierto es que instaura el valor de “la incomodidad”. Un valor que es “oportunidad” de la que nadie, ni ninguna institución, debiera renunciar.
Aura Estela Cumes, investigadora y docente Maya-Kaqchikel de Guatemala, dice que hay personas -como las mujeres indígenas, las racializadas como no blancas, las lesbianas, travestis, las empobrecidas y saqueadas de América- que no pueden hablar desde la “comodidad de un solo lugar”. Cada quien interpela más o menos al sistema de opresiones y dominaciones imperante conforme el lugar y grado de comodidad que detenta en este. A más comodidad y privilegio, menos preguntas se le formulan a este sistema –mundo opresivo en el que vivimos y nos vinculamos. Quienes se rasgan las vestiduras y se pierden en estado de indignación lingüística no custodian las palabras y su “uso correcto” sino su pedacito de parcela privilegiada en la tierra de los olvidos.
Néstor Perlongher en su poética marica de lengua loca y mordaz; o val flores (así como se escribe y se lee, sin mayúsculas por elección y decisión de la persona que el nombre identifica), activista feminista, maestra lesbiana, escritora trashumante, nos demuestran que el lenguaje es uno de los núcleos de despolitización neoliberal. Se repele la opacidad de las palabras y se intenta nombrar y entender todo por igual, de la misma manera, con manía totalizante.
Estamos convocades a desaprender las formas heterosexualizadas de pensar, escribir y mirar. Dislocar el régimen de decir imperante, hablar desde las fronteras, con impulso nómade y desertor de la norma. El lenguaje inclusivo hace de la lengua este ensayo enloquecido, vivaz, esquivo y transgresor. Es que la lengua es siempre un terreno fértil para ensayar la disidencia, para sembrar el placer de perturbar el falso confort de todo conservadurismo.
Cuando una lengua cambia, no solo la lengua es lo que cambia. Hay otras sensibilidades en danza, otras pugnas emergiendo y combatiendo en su seno. Corren tiempos de manía irreverente por resucitar palabras y remediar olvidos, inventar musicalidades, brotar nombres y andares, crear posibilidades léxicas para lo hasta ahora no pensado y, por lo tanto, no nombrado. Gloria Anzaldúa, chicana, lesbiana y fronteriza, se pregunta cómo es que se domestica a una lengua salvaje, cómo se la doma para que permanezca callada… “Nunca más me van a hacer sentir vergüenza por existir. Tendré mi propia voz: india, española, blanca. Tendré mi lengua de serpiente –mi voz de mujer, mi voz sexual, mi voz de poeta. Venceré la tradición del silencio…”, se responde Anzaldúa.Cuirizar la lengua, aun allí donde queer o cuir es palabra desconocida o mero insulto que señala rareza. Cuirizar como horizonte y tarea política que sorprende con un zarpazo demoledor a los modos heterosexualizados de pensar y decir la vida y las existencias. Empeño por visibilizar, con ímpetu crítico, las zonas de exclusión y combatir el dominio montado en la administración y producción sistemática de voces, proyectos vitales, deseos y trayectorias marginales. En definitiva, hacer de la lengua una forma indómita, que echa luz y sonido a las zonas que el silencio y negación imponen.
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