Historias que abrazan
Instituto del Desarrollo Humano, UNGS
Un sobresalto en el corazón, una punzada en la boca – Antología urgente
Gabriela Borrelli Azara, Gabriela Cabezón Cámara y Javier Roldán
editores)
Autores varios
2020
Patronus Ediciones
El pensamiento de su hijo muerto ese año en plena juventud le produjo un sobresalto del corazón, una punzada en la boca del estómago.
Sylvia Iparraguirre
Hay palabras que no existen porque no pueden. A veces, no hay alfabeto en el universo para nombrar lo ausente. Otras veces, en comunión, una sola palabra es el súmmum. Y también, muchas palabras existen para decir una sola cosa, no en calidad de repetición ni de inocuo sinónimo, sino como torrente significativo para inundar los sentidos.
Todas estas perspectivas confluyen en la antología de cuentos Un sobresalto en el corazón, una punzada en la boca. Puesta en circulación por Patronus, los editores son Gabriela Borrelli Azara, Gabriela Cabezón Cámara y Javier Roldán. En formato digital, con una portada que incluye alcohol en gel, fotografía de Guadalupe Cristaldo y diseño gráfico de Alfredo Machado, la antología desafía las resignificaciones que la pandemia nos impone en estos días. Además de convocar a la lectura, la obra propone un lazo solidario destinando todo lo recaudado a la compra de frutas y verduras para seis escuelas del territorio bonaerense. “Esta antología es un abrazo colectivo”, anuncia Gabriela Cabezón Cámara en el Prólogo, en clara referencia a los editores, a los once escritores y escritoras de los cuentos y a la onda expansiva que la solidaridad irradia.
Las once narraciones precipitan al nombramiento de antología urgente. Urgente la necesidad, el vacío, la soledad arremetida; la caricia y la esperanza también urgentes. El pueblo, el barrio, la muerte cotidiana y los secretos se interrelacionan mediante once voces argentinas y contemporáneas. Predomina un marco realista, en el que presente y futuro siempre son enemigos y en el que la ficción hace con las palabras historias de historias.
“Un día de abril”, de Sylvia Iparraguirre, abre la antología y se mete en los lectores como por una puerta sin picaporte. La autora narra esa ausencia, la peor de todas, la que no tiene nombre y quizás por eso de ese cuento surge la frase que nombra a todos los demás: Un sobresalto en el corazón, una punzada en la boca. La misma ausencia reaparece en “El fondo de la isla”, de Mariana Enríquez; pero el dolor, en este caso, no es secreto de pueblo, sino barro de Riachuelo, monstruoso, pegajoso y mortal. Otro secreto es el que trae Claudia Piñeiro con “Lady Tropic”; es el secreto a voces del barrio, el del origen, el que impávido espera un alma pura que lo revele. “Ahí ya no hay nada”, de Vera Giacioni, recorre un camino inverso para el secreto y para la muerte, porque esta vez el secreto es robado por las malas lenguas de siempre, las que no perdonan casi nada, pero menos a quien la muerte libere de culpa.
Las palabras son relato enmarcado en “Los osos, los ovnis, la noche”, de Selva Almada; y entonces, nada es más importante que escuchar, escuchar la historia de otra historia. Y por eso deseamos tanto –mientras Sergio Olguín nos cuenta “La vida Misteriosa de Julio Verne”– que el padre escuche a su hijo y nos enoja su apatía hasta querer sacudirlo, al tiempo que nos llenamos de preguntas. Tal vez, la respuesta sea la que nos brinda Francisco Bitar en “La condición de existencia de la ficción”, cuando afirma: “la condición de existencia de la ficción (su lectura) parece realizarse en una paradoja delicada, la de copiar al mundo a la vez que crece paralelo a él.”
En cada cuento de esta antología hay un futuro al acecho, errático y temible hasta para la propia identidad. Como sucede en “Majul”, de Carlos Ríos: “no importa que el fuego ya se haya consumido, que en la pandemia queden restos de algo que fuimos y que nunca volveremos a ser.” O en “Ismael y las voces”, de Federico Falco, cuando podemos reconocernos en Ismael, genética aparte, siempre enojado y aburrido pudiendo sonreír únicamente en lo alto de la soledad. Sin embargo, en donde todo pesa, la esperanza no abandona: vuelve en los nietos cuando el hijo se va; es liberación cuando oprime la culpa; es sonrisa, verdad y es raíz que muere y obliga a volver a empezar. Así lo leemos en “Nogal”, de Victoria Baigorrí: “Soplé tus cenizas al viento con esperanza de esparcimiento, flashando destellos brillantes, pero el viento estaba en mi contra y te me viniste todo a mi cara.”
La última palabra es de Alejandra Zina. “Risotto” recopila el torrente significativo desplegado en la antología, la despiadada muerte vuelve a quedarse con la ilusión de los días vividos. Pero, como en todos los cuentos, la muerte, la tristeza y la soledad no son el fin sino un camino distinto y tan necesario como urgente, en el que otra vez la esperanza otorga significado a la única condición que nos impone a todos nosotros y a quienes protagonizan los cuentos: la nueva oportunidad, la de ser con otros. Sostenidas y sostenidos, una y mil veces y de todas las formas posibles, por ese torrente que confluye en una sola palabra, un súmmum: abrazarnos.
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